Opinión

Mejor, imposible

La película de James L. Brooks “Mejor imposible” (“As Good as it Gets”, 1997) es de las pocas que ha reportado el Oscar a ambos protagonistas, masculino (Jack Nicholson) y femenina (Helen Hunt), quienes daban vida a la singular pareja formada por un insoportable escritor con un trastorno obsesivo compulsivo y una empática camarera. Como toda comedia romántica que se precie, pretende demostrar, en clave humorística, que el amor puede lo imposible. 

Tan lejos del romanticismo como del Oscar, finalizaba hace escaso medio año “Elogio de la cordura” -antonimia en homenaje a la célebre obra de Erasmo de Rotterdam-, columna escrita al alimón con una igualmente empática compañera de campus, donde se quería acercar al público de un conocido periódico compostelano diversos asuntos enhebrados con un mismo hilo conductor: los mecanismos de cooperación entre poderes públicos y empresas. 

Allí, pretendíamos introducir con amenidad, sin perjuicio del rigor expositivo, cuestiones que iban desde los fondos europeos hasta el mecenazgo tecnológico, o de las inversiones de impacto hasta el llamado hidrógeno verde. A través de sucesivas entregas semanales, durante un año desgranamos una serie de herramientas que facilitaban implicar al tejido empresarial en la recuperación económica, tras el complejo escenario dibujado por la pandemia. 

Meses después, una serie de inesperados cambios con incidencia nacional e internacional ha devuelto casi al punto de partida una crisis que parecía superada: permanecen los virus, guerra abierta en Ucrania, escalada de la inflación, subida de las energías…; sin olvidar la proximidad de las elecciones municipales en medio de semejante tormenta. Todo ello contribuye a crear un panorama pleno de incertidumbre.

Ante esta perspectiva, surge la posibilidad de volver a atisbar el paisaje desde una nueva atalaya, con una perspectiva “glocal”: pensando globalmente, actuando localmente. Colaborando con el medio de comunicación por antonomasia de Ourense, procede desviar el foco anterior para posarlo ahora sobre problemas que conciernen a nuestro entorno ciudadano. Tal es el afán con el que nace “mejorando lo presente”.

Como es bien sabido, “mejorando lo presente” es una expresión que se emplea cuando se alaba a una persona ausente ante otra presente, con la que se pretende ser cortés. Se trata de una vulgarización del castellano, mediante un metaplasmo denominado “haplología” (del griego aplós -simple-). Lo correcto sería decir “mejorándolo lo presente”, aunque -con el debido respeto a los puristas del lenguaje- aquí se haya optado por la eufonía.

Ya dice un refrán popular que lo óptimo puede ser enemigo de lo bueno. Si, con Aristóteles, en el medio está la virtud, entre lo bueno y lo óptimo estará lo mejor; que, en gerundio, refleja bien las exigencias del cambiante entorno local, que precisa planificación constante y propuestas tan meditadas como realistas, para conseguir una prosperidad continua. De eso se trata aquí: reflexión constructiva para una ciudad tan hambrienta de esperanza como cansada de esperar.

En la escena cumbre de la película citada al comienzo, el protagonista revela su amor por la camarera anunciándole que ha empezado a medicarse para combatir su trastorno: “Tú haces que quiera ser mejor persona”, le confiesa. Tal vez un lugar que enamore también contribuya a que sus residentes quieran ser mejores. El amor todo lo puede. Así, hasta que podamos decir de Ourense con orgullo “mejor, imposible”, por aquí nos veremos, mejorando lo presente.

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