Opinión

Septiembre negro

El mes de septiembre no ha vuelto a ser el mismo desde que, en el año 2001, las huestes de Al Quaeda eligieran aquél infausto día 11 para perpetrar los atentados contras las Torres Gemelas de Nueva York. No parece mera coincidencia que, casi tres décadas antes, un grupo terrorista llamado “septiembre negro” hubiera llevado a cabo la masacre de Múnich, durante los juegos Olímpicos de 1972, donde fueron asesinados once miembros del equipo israelí.

Aún no ha acabado el mes de julio y ya, frente al verano azul abruptamente interrumpido, este mes de septiembre se anuncia gris plomizo, tirando a negro; merced a los resultados de los comicios nacionales, arrojando un panorama tan diabólico que parece diseñado por el propio Bin Laden, si de villanos pérfidos va la cosa: la ingobernabilidad está servida, a la espera de que el recuento del voto exterior pueda enredarlo todavía más, si cabe.

Estamos acostumbrados a las manifestaciones públicas de la mayoría de los partidos declarándose a la vez vencedores de las elecciones. Pero, hasta este domingo por la noche, pocas veces se ha visto en nuestra democracia escenario tan susceptible de darles la razón. Un puñado de escaños ponen en vilo el futuro del gobierno de nuestro país, que queda en manos de las fuerzas independentistas vascas y catalanas.

En suma: el presidente popular puede decir que, sin lugar a dudas, su partido ha ganado las elecciones en número de votos y escaños. Pero ese mapa del país teñido de azul no va a impedir que Pedro Sánchez intente hacerse de nuevo con la Presidencia del Gobierno, pese a que su partido no ha sido el más votado -situación inédita-, siempre que esté dispuesto a pagar el precio que sus socios minoritarios le impongan.

A estas alturas, ya todo el mundo sabe que hay tres salidas posibles ante la situación creada: o el presidente del gobierno es Pedro Sánchez, apoyado por la izquierda y el independentismo; o lo es Alberto Núñez Feijoo, apoyado por la derecha; o se celebran nuevas elecciones, en un escenario de bloqueo institucional. Una cuarta vía es imaginable, aunque no parece muy factible: un gobierno de concentración auspiciado por los dos grandes partidos.

Poco se puede añadir, por tanto, a las consideraciones que se vierten durante estos días en todas las tertulias televisivas y radiofónicas, amén de los comentarios en prensa escrita: lo único que procede en este momento es esperar y ver cómo se desarrollan los acontecimientos, en el marco de las negociaciones más o menos confidenciales que mantendrán los distintos partidos entre sí con el objeto de llevarse el gato al agua.

Cierto es que algunas externalidades, en forma tanto de pactos postelectorales -a raíz de los resultados acaecidos en los recientes comicios autonómicos y locales, que aún colean- como de eventos futuros -léase, elecciones gallegas y, sobre todo, vascas y catalanas en el horizonte- podrán ser factores decisivos a la hora de inclinar la balanza, sin que por ello vaya a cambiar un ápice el abanico de tres soluciones apuntadas.

Como fuere, una vez constituidas las cámaras el próximo 17 de agosto, todo parece presagiar que será en septiembre cuando comience a despejarse el nublado horizonte político nacional. No en vano, es el mes en que se celebra el Día de Cataluña, conmemorando la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas al mando del duque de Berwick, durante la guerra de sucesión española, tras catorce meses de sitio. Mera coincidencia, o sea.

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