Opinión

Wendy y Peter

Ironías de la vida, Dan Kiley, el autor que publicó en 1983 el libro “El síndrome de Peter Pan”,  falleció joven, tras haber pasado a la historia de la psicología por describir un trastorno que se caracteriza, llegada la adultez, por el hecho de sentirse, pensar y actuar como un niño (o niña, aunque parece ser más frecuente en hombres), una absoluta incapacidad para asumir responsabilidades, así como comprometerse y/o cumplir promesas.

Es sabido que el psicólogo tomó prestado, como metáfora para bautizar su hallazgo, el nombre del célebre personaje de la obra teatral y después novela donde James Barrie crea el arquetipo de un rebelde preadolescente que se niega a crecer. Seguro que la mayoría recuerda la película de dibujos animados de 1953, producida por la factoría Disney. Lo que tal vez se haya olvidado es que uno de los títulos originales de la obra era “Peter y Wendy”.

Wendy vuela con Peter a la tan lejana y exótica como imaginaria isla de Neverland, habitada por niños que nunca crecen y viven sin reglas ni responsabilidades, pasando así su tiempo en divertidas aventuras. Una edulcorada precuela de “El Señor de las Moscas”, o sea. La versión en castellano tradujo el nombre de tan mítico lugar en algunos países por el de “Nuncalandia”, pero aquí se conoce como “el País de Nunca Jamás”.

Al escribirla, el corrector ortográfico advierte que la expresión es redundante y, ciertamente, así es. Tal vez sería más propio emplear otra, de muy triste recuerdo, si se considera que faltan pocos días para el funesto vigésimo aniversario de la catástrofe que convirtió a Galicia en el País del Nunca Máis. Que semejante tragedia estuviera protagonizada por un buque con el nombre de Prestige (prestigio) no deja de ser otra macabra ironía del destino.

La palabra “prestigio” procede del latín, significando la fascinación generada por los trucos de magia y, en realidad, también quiere decir lo mismo en castellano, junto con otros usos que propone la Real Academia en su diccionario: “pública estima de alguien o de algo, fruto de su mérito; ascendiente, influencia, autoridad (…); engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo”.

Atendiendo a estos significados, no cabe dudar que, dentro de unos meses, ante el reto de renovar los mandatos locales en el país el próximo mayo, las listas electorales elaboradas al efecto rebosarán prestigio. Ya anuncia este mismo periódico que, en el caso concreto de Ourense, competirán como mínimo diez opciones para poder elegir, y subiendo; anunciadas a bombo, platillo y foto pantopatriarcal incluida, según los casos.

Cabe que en esas prestigiadas listas algún que otro Peter Pan pueda colarse, incluso liderando, posición que, de momento, parece vetada aquí para Wendy. Será que continúa destinada al segundo lugar, en el mejor de los casos, al igual que el personaje cuyo nombre acabó cayendo del título del libro, no se sabe cuándo. En todo caso, se ve que, más de cien años después, aún hay cosas que parecen destinadas a no cambiar nunca jamás.

La protagonista femenina en la obra de Barrie se llamaba Wendy Moira Angela Darling. En otras latitudes, ya auparon a una Ángela querida, tanto que fue despedida por su ciudadanía desde los balcones con vítores y aplausos cuando decidió dar por concluido su periplo político sin tener por qué. Esta columna va por tanta Wendy secundaria, hasta que llegue esa Darling destinada a ser la protagonista en la ciudad de Nunca Jamás.

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