Opinión

El canto del Ruiseñor

Dicen los expertos canoros que no hay trino como el del ruiseñor, avalado desde antiguo por cuentistas como Hans Christian Andersen, Oscar Wilde, o los fabulistas Esopo y Tomás de Iriarte. También que, a diferencia de otras aves que cantan al sol o a la luna, el pentagrama que entona el ruiseñor pertenece a ambos mundos, por lo que no es de extrañar que igual copla suene aquí que en la orilla opuesta del Atlántico.

Para muestra el relato del ruiseñor y la corneja quien, envidiosa del bello gorjeo del ruiseñor, difundió el bulo de que en lugar de gorgoritos sonaba a rebuzno de asno. Igualito igualito que la lírica de Donald Trump, que no bastándole con presumir de bocazas estuvo sembrado pregonando incertidumbres sobre cuándo mintió, si al ufanarse como un petulante perdonavidas de mujeres o queriendo salvar la cara, confesándose fanfarrón.

Porque si basto es de por sí al presumir de playboy y grave su tendencia al acoso y desprecio femenino, peor aun es el embuste por parte de quien aspira a gobernar un país. ¡Mal empezamos! Con independencia de la polarización de la sociedad americana, donde unos se apuran a sojuzgar el oportunismo de las víctimas criminalizándolas, aduciendo otros que la prepotencia del candidato republicano alimenta por sí sola el fuego de la duda, el hecho objetivo es que Trump soltó un buen saco de trolas, antes, después, o las dos veces, que es para pensar que Europa ya se puede dar por aviada con semejante avechucho en el despacho oval, considerando la influencia de los Estados Unidos en el resto del mundo. Porque si su punto de mira está en este momento en derribar a Hillary Clinton, de sacudírsela de encima convirtiéndose en inquilino de la Casa Blanca, cuánto tardará en liarse a fríos exabruptos belicosos con Putin, y a tortas con el resto del mundo y otros planetas.

Pero los gorgoritos también se escuchan a este lado del océano, amenazando maremoto en la calle Génova. ¡Quién iba a pensar que al final Correa mudaría de Francisco a Joselito, metiéndose en jardines igual de enzarzados, dedicándose a la trova para deleitar a la Audiencia con la tonada de las gaviotas!

Asegurándose de dejar bien alto el pabellón de Rajoy, de quien afirmó que a él le constara no tenía las alas manchadas —triste nueva para quienes expectantes para despeñarlo jaleaban—, a Valencia marchó exiliado de la corte para fundar reino con la mesnada que gavinotes que por allí anidaban.

Rotundo aseveró que, tras iniciar su periplo migratorio con algún pajarraco de Ferraz, amplió hacienda merced a los polluelos de Aznar por no dejar de ser el ánsar un ganso, cosas al fin todas de pájaros de cuidado, que no necesariamente de bellas aves.

Sobrecogiendo a todos con el corazón en un puño, el nuevo Ruiseñor pió siete horas seguidas al juez como si la postrer romanza del pájaro espino se tratara —amaneciendo y al anochecer—, con ánimo arrogante pero colaborador, largando el nombre de amigos, amiguitos y amigotes, sobres y dineros, bocados y mordiscos, bodas y demás trapicheos. Y es que en el fondo ciento veinticinco años como huésped de Soto del Real congojan más que la jaula del emperador chino de la narración de Christian Andersen.

Más de uno con un nudo en la garganta, al escuchar la tonada ya se vio al borde de la trena, amagando infarto algún otro espectador detrás de la barrera ante tanto numerito, esperanzado en que el pajarillo del barquillero, rehuyendo la justicia poética, no le sacara en suerte algún canutillo, cucurucho u oblea en la tirada. ¡Para que luego digan que hostias y leyes no son música!
 

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