Opinión

Esperanza

Finalmente la ONU se ha movilizado en lograr 3.000 millones de euros para luchar contra el ébola, afirmando el secretario general del organismo internacional que seguramente sean necesarios hasta 6.500 en los próximos dos años para, si no erradicar, al menos controlar la epidemia en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Obviamente se trata de un problema que afecta a Occidente, viéndose obligado a intervenir, pero no nos engañemos, el mundo industrializado no es el responsable de todas las desgracias que asolan al planeta, ni dispone de los medios para solucionarlas. También los gobiernos de las naciones afectadas deben plantearse dejar de ser refractarios a sus propias poblaciones, diseñando políticas sociales, educativas y sanitarias que favorezcan la erradicación de estas enfermedades.


Conviene hacer un análisis pormenorizado de la situación: esa cifra descomunal de dinero no tiene como único fin el control del virus, sino también crear una infraestructura y prosperidad que permita la futura erradicación de la plaga. Pero cuando se mira en profundidad la realidad que está detrás de lo aparente empiezan a surgir los recursos y responsables que nada tienen que ver con las economías más pujantes del mundo. Liberia quedó asolada por sus continuas guerras civiles, recuperando la explotación de hierro y caucho —sectores punteros de su economía—, ocupando el puesto 169 en la clasificación de Producto Interior Bruto. Sierra Leona es el segundo pueblo más pobre del mundo, y Guinea, pese a ser rica en bauxita, oro, diamantes y aluminio, el 60% de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, ocupando el puesto 113 en la lista de países productivos. Con estas cifras, es muy difícil que estos países africanos puedan hacer frente a ningún tipo de epidemia, haciéndose comprensible que ciertas enfermedades sean endémicas de la región.


La iniciativa de Naciones Unidas, además de conjurar el riesgo de difusión exponencial del ébola en otros territorios, aprovechando los flujos migratorios humanos causados por este tipo de crisis sanitarias, viene a abrir una nueva esperanza en la forma de enfocar la solución al conjunto de enfermedades que asolan a la humanidad. La malaria es otra cuenta pendiente, causante de la muerte de 2.700.000 personas al año, y que requiere renovados esfuerzos que deben verse apuntalados por inversiones en infraestructuras en los países en desarrollo, que garanticen el bienestar de los pueblos, porque la salud universal, no puede ser una limosna a los necesitados, relegándola a los escasos recursos de unas cuantas ONG, es una necesidad común a todos los continentes. Abandonar a los países subdesarrollados es abandonarnos a nosotros mismos.

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