Opinión

La huelga

Huelga decir que es seria. Tan seria como la muerte acontecida por fatal accidente. O como el dolor de un cuerpo quemado de conductor dormido, por una pira de tipos a quienes no se les ocurre informar de otra manera que mediante arcaicas señales de fuego, más que de indios, de auténticos salvajes. Tan seria es la huelga como gran cantidad de ruedas pinchadas, lunas rotas, destrozos de carrocerías, mercancías por los suelos, siendo víctimas los propios compañeros de cada día, que hoy no secundan la misma ruta; todas ellas, señales de una libertad maniatada, de una paz quebrada, de una ilusión por salvar con diálogo lo que tiene difícil solución, entre otras cosas, por torcer la mirada gubernamental que no quiso ver.


Y es que la causa detonante de la huelga de transportes, subida del petróleo, no puede cogernos de sorpresa, pues hace tiempo ya se ha podido leer en muchos medios que el barril de petróleo no parará hasta llegar a los doscientos dólares (hoy ya subió a 150). Un ¡que viene el lobo!, nunca es placentero de escuchar, pero, si siendo cierto no se escucha, es peor, porque puede pasar lo que ahora, que nos deja en pañales cuando pudimos quedarnos en camiseta.


Con la misma contundencia que se condena a los bárbaros que imponen su problema por la fuerza, debemos comprender la angustia que siente hoy aquél que vive del camión y aún no ha pagado sus letras, de la misma forma que aquél otro, al que hace poco le vendieron la moto de comprar vivienda con hipoteca que, además, tasándola por encima de su valor, servía para amueblarla a todo lujo e, incluso, cambiar sin necesidad el coche que exige la moda.


Y lo que no se puede compartir tampoco es la falta de actuación, su liviandad o deja ción, durante los dos primeros días, de la policía, como si un complejo de dictadorzuelo barato se apoderara de los responsables a ejercer su cargo para mantener el orden público y abastecimiento mínimo que debe corresponder a un estado de derecho. Con el beneplácito de una oposición perdida en el ombligo de su propia crisis, el Gobierno ha estado un tiempo carísimo sin reconocer la magnitud de un problema que ya costó lo que costó, y no me refiero sólo al aspecto económico.


Pero, ¿cómo atajar una crisis de esta proporción, que no ha hecho sino comenzar? Hombre, la solución nos la deben dar los que zurcen el calzado de la política, que para eso cobran lo suyo y son admirados cuando el viento mitinero de elecciones sopla a favor; no obstante, a cualquiera que conozca el porcentaje de impuesto que conlleva el carburante, hasta el sesenta por ciento, no le resultaría difícil elucubrar sobre la posibilidad de reducir éstos, pues, además de repercutir positivamente en el reequilibrio del bolsillo del transportista y cualquier otro profesional que vive dependiendo de una manguera de gasolinera, además, decía, no tiene por qué comportar menor recaudación dada la subida que lo compensa.


Pero de esto, tan sencillo, que cualquier comisionista que ha tenido que sufrir argumento similar sobre reducción de su comisión por el alza del servicio o producto que comercializa, parece que a los sabios del sistema, es decir, los políticos que gobiernan, no les entra en su cabeza; ¿será porque la tienen llena de serrín?

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