Opinión

IMPERTINENCIAS

Salir el sol y guiar El Ojo de Dios al cuerpo indolente y perezoso, recién salido de su crudo invierno, a dejar su asiento para caminar un poco y moverlo otro tanto ha sido todo uno en mi caso. Así, la mañana del pasado domingo, bendita mañana clara tras tantas de cielo gris, me levanté con ganas que hacía tiempo no sentía de dar pasos por darlos, sin ninguna otra meta que dar cuerda física a mi organismo y de paso vencer el ánimo que notaba ir engulléndose tanto hasta casi perderlo. Uno de los mejores efectos que produce tirar millas a pie es que abre sinapsis nuevas entre neuronas quietas y produce simpáticas endorfinas. Consecuencia, que asoman brillos en los ojos y pensamientos clarividentes, igualito que algunos tripis para el cuerpo alucinante de los setenta. Y algo de alucinante tiene la clarividencia porque repasas sin querer cierta impertinencia del día anterior y alucinas.


Resulta que coincidí con un ex amigo que lo fue hace más de veinticinco años. Tanto tiempo sin vernos, cuando la distancia física que nos separa no pasa de un ciento de kilómetros u hora escasa en coche por autovía, indica que lo fuimos y no lo somos, aunque el recuerdo de un buen tiempo pasado juntos siempre proyecta afecto, como el que creo nos guardamos mutuamente pero que no le impidió ser impertinente. Porque después del hola y la sonrisa inicial, no tuvo otra cosa mejor que espetarme con cierto regodeo un, ¡qué gordo estás, Moncho!, ¡que viejo, Dios!, pero ¿cómo has engordado tanto?, ¡qué cambiado te encuentro!, parecía no querer detenerse en boxes de su apreciación. Le respondí sin ambigüedades ¿y tus padres como están?, realmente interesado por saber si estaban bien las personas que recuerdo como buenas y que mantenían con abnegación al hijo bon vivant que era mi amigo de entonces; insisto en que mi interés no fue treta conque devolver pulla, ni mucho menos, pues la cosa no es para tanto aunque sea curiosa.


No me parece mal que nadie me llame gordo, o viejo, independientemente que lo esté más o menos y según para quien; ni me da vergüenza mi aspecto ni me siento perdedor de ningún descenso de valor en este peculiar termómetro del cuerpo físico, además de que haya veces que es mejor comer para matar cierta ansiedad que morir por ella, y siempre preferible envejecer por el paso natural del tiempo que ser momia vital. Indudablemente, a cualquiera le apetece agradar al prójimo con su presencia, donde tiene que ver un físico que además es reflejo del alma, pero de ahí a hacer pacto con Mefistófeles de particular Fausto en pos de eterna juventud, o no haber sacado nada en claro de Dorian Gray a estas alturas de la vida, existe un abismo; sinceramente me importa un carajo, por ejemplo, que de famoso eslogan 'la arruga es bella' quede solo arruga, si es que es arruga tuya, es auténtica, ¡lástima fuera!


Lo más curioso de esta simple impertinencia, que no hay que confundirla con cierta y saludable espontaneidad o naturalidad sino mas bien con cierta falta de tacto y gusto, es que al amigo de entonces, allá por la juventud, le llamaban D. Pío por su volumen, doble que el mío, cosa que por cierto nunca le dije porque nunca me pareció 'pertinente'. La cosa tiene su coña, la verdad, porque siempre habla el que tiene la boca que parece mosquitero de no cerrarla, pero también es verdad que estas tonterías son la salsa de la vida, una salsa rosa que nos aleja un poco de tanta trascendencia y estar 'dale que te pego' hablando nuevamente de 'paro+corrupción=cataplúm', que eso sí engorda nocivamente de bilis la vida. Así que finalmente envío un abrazo desde aquí al amigo. Y que conste que estoy a dieta desde hace tiempo; de comentarios parvos.

Te puede interesar