Opinión

ADONIS G. B.

Adonis G.B. era un cubano de 23 años del que no sabemos demasiado: apenas su nombre y dos iniciales, su edad y la causa de su muerte. Adonis era el joven de apellidos abreviados que falleció congelado el pasado miércoles cuando trataba de huir de su Cuba natal escondido en el tren de aterrizaje de un avión con destino a Barajas.


Ese fue el trágico final de un muchacho que encarna mejor que nadie la situación de los indignados cubanos: esos que no ocupan las calles y las plazas, sino las balsas y, en casos como el que nos ocupa, los trenes de aterrizaje de los aviones; esos que son capaces de lo que sea con tal de huir de la miseria económica del castrismo y, sobre todo, con tal de alcanzar la libertad que se les niega en el gulag de las Antillas.


La tentativa de Adonis refleja claramente la desesperación de los cubanos, capaces de entregarse a una muerte casi segura para escapar de los rigores de la tiranía comunista. Oprimidos por el régimen de los Castro, los discrepantes intentan huir de una isla que se ha convertido, por obra y gracia del comunismo, en burdel y en cárcel. Y que, sin embargo, sigue siendo la utopía con la que muchos sueñan todavía hoy desde el confort de sus salones.


Desde luego, la Cuba real no es la de la silueta del Che fotografiado por Korda y envuelto en un halo de heroísmo; tampoco es la de las letras del Silvio que cantaba a los triunfadores de Playa Girón. No, la Cuba real no es la de esa iconografía tan del gusto de los progres con aire acondicionado, plasma kilométrico y apartamento en la playa. Es la de las prisiones atestadas de disidentes políticos, la de los opositores torturados, la de los exiliados que añoran su tierra y la de quienes mueren queriendo alcanzar la libertad.


Adonis G.B. se encaramó a un tren de aterrizaje como quien se agarra a un clavo ardiendo y desafió a la muerte llevado, según suponemos, por la ilusión de cumplir sus sueños. Lamentablemente, perdió la vida en el intento. Pero su imagen, congelado entre las ruedas de un avión, debe recordarnos que hay un rincón del mundo que es, por mucho que allí luzca el sol, especialmente lúgubre y triste: una isla donde, en pleno siglo XXI, muchos luchan diariamente por la democracia y sufren por ello.

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