Opinión

UNA BODA, DOS BAUTIZOS Y CUATRO FUNERALES

El título de estas líneas puede evocar el de aquella película de mediados de los noventa. Pero he de advertirles que, si de una película se tratase, no estaríamos ante un gran estreno, sino ante una de esas producciones que las cadenas de televisión repiten hasta la saciedad y que acaban por aburrir incluso al espectador mejor dispuesto. ¿Que por qué digo esto? Pues porque el argumento de esta película -si lo fuera- estaría demasiado manido y sorprendería a muy pocos: Ourense es una provincia sumamente envejecida, donde la gente apenas se casa y donde las defunciones, como informaba este diario ayer viernes, duplican los nacimientos.


Desde luego, esta escena no invita al optimismo. El año pasado nacieron en nuestra provincia 2.055 niños frente a las 4.616 personas que fallecieron durante el mismo período. Y eso supone, ¡pásmense!, un retroceso de 2.561 habitantes. Considerando que, según el INE, Ourense tendría en torno a 323.571 habitantes, la conclusión es tan evidente como preocupante: en un siglo, tendremos que echar el cierre a la provincia o venderla no como destino termal, sino como desierto.


Algunos podrán objetar que éste no es nuestro problema y que eso no lo veremos ni usted ni yo, amigo lector. Pero tampoco deja de ser cierto que, si nos preocupa la supervivencia de la flora y de la fauna autóctonas, también debería preocuparnos la supervivencia de la especie humana. Especialmente en este rincón del mundo al que, por unas causas o por otras, hemos venido a dar los que nos llamamos ourensanos. Y es que, entre el lince ibérico y los habitantes de esta provincia, yo me quedo, si es preciso escoger, con estos últimos. Y que los ecologistas me disculpen.


Se impone, pues, tomar medidas contra la despoblación de nuestra provincia. Y buscar soluciones que evidentemente no pasan tanto por reducir el número de defunciones como por aumentar el de nacimientos. La natalidad es, también en estos lares, esa apuesta de futuro que las instituciones olvidan en el presente. Y, sin embargo, de ella depende, para bien o para mal, nuestro mañana. Esperemos por ello que nuestros representantes la incluyan entre sus prioridades, fomentando la conciliación de la vida familiar y laboral y protegiendo diligentemente a padres y madres. Es necesario.

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