Opinión

DE BOTAS Y JOYAS

Aestas alturas ya conocerán el episodio que hoy me ocupa porque estos días se ha convertido en uno de esos fenómenos que ahora se denominan 'virales' y que, tras causar furor en la red de redes, dan el salto a los medios de comunicación de masas y a las charlas de sobremesa del común de los mortales. Me refiero a la historia de ese policía neoyorquino que, estando de servicio, se acercó a un vagabundo descalzo y que, movido por su generosidad, acudió a comprarle unas botas con las que proteger sus pies del frío invernal de la gran manzana.


Ocurre que una turista retrató la escena con su cámara de fotos y, a las pocas horas, la instantánea ya había dado la vuelta al mundo. Fue así como supimos de la buena obra de Lawrence DePrimo, que así se llama el buen samaritano de esta historia, y ya de paso de buena obra del vendedor que le descontó su beneficio del precio de venta. Y, por supuesto, así supimos de ese vagabundo que, por obra y gracia de internet, se ha convertido en centro de atención mediática en Estados Unidos e incluso más allá de sus fronteras.


La historia me recuerda la de aquel monje peregrino que, durante uno de sus viajes, dio con una piedra preciosa que guardó en su mochila. Poco después, el monje se encontró con un joven caminante y, al llegar la hora del almuerzo, ambos hicieron un alto y se dispusieron a compartir sus provisiones. El monje comía cuando su acompañante reparó en la belleza de aquella gema y le pidió que por favor se la regalase. A lo que él accedió sin dudarlo un instante.


Al día siguiente, cada uno prosiguió su camino y así transcurrieron los días hasta que una tarde el joven salió al encuentro del monje, le devolvió la joya y le suplicó: 'Sé que esta piedra tiene un valor incalculable, pero ahora te ruego que me des algo que tiene mucho más valor. Dame, por favor, eso que te permitió dármela a mí'. El joven se refería, obviamente, a la generosidad del monje, la misma de la que días atrás hicieron gala el agente estadounidense y el vendedor que lo atendió aquella noche fría. Esa generosidad de la que día tras día dan buena muestra muchas personas anónimas cuyos actos pasan desapercibidos a ojos de lo demás, sin obtener la recompensa que tampoco pretenden. Algo con lo que viene a confirmarse aquello que escribiera Hyppolite de Livry: 'La generosidad no necesita salario, se paga a sí misma'.

Te puede interesar