Opinión

GALLARDÓN Y EL ABORTO

Antes que político, Alberto Ruiz-Gallardón fue fiscal. Y, antes que fiscal, opositor. Por eso estoy seguro de que, habiendo malvivido entre apuntes, se habrá cortado alguna vez con un folio traicionero. Y si un corte cabrón, que así se llama el tal, siempre duele, más debe de doler cuando el folio no es un folio sino una hoja de periódico. Y más si cabe cuando en esa hoja escriben los mismos editorialistas que antaño elogiaban al que fue presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid y, más tarde, alcalde de la Villa y Corte. Porque si hay algo que siempre duele es la traición o, en el caso del ministro, la desafección de quienes antes lo proponían como el más progre de los conservadores o, si se prefiere, como el más conservador de los progres. Y, en todo caso, como un ejemplo a seguir.


A este punto ha llegado Ruiz-Gallardón por defender la reforma de la legislación del aborto que el PP incluía en su programa electoral. Ahora Alberto ya no es tan maravilloso como presumían algunos opinadores de izquierdas, ni tan malo como suponían otros de derechas. Y todo porque, haciendo un guiño a su apellido, el ministro ha tenido la gallardía de decir que todos los españoles debemos disfrutar de los mismos derechos. Y eso que vale para los nacidos, vale también para los no nacidos.


Ruiz-Gallardón simplemente nos ha recordado que la dignidad de cada persona le es inherente, sin importar si es o va a ser coja, manca, ciega o sorda y con independencia de cual sea su cociente intelectual. Ese ha sido el pecado del ministro: oponerse a una forma de aborto que recuerda a la eugenesia nazi, por más que algunos la adornen con argumentos humanitarios del estilo 'es por evitarles un sufrimiento'. Razón tiene el refrán que dice que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones...


Con todo, aún queda mucha gente que no se asusta ante la discapacidad y que asume el compromiso de hacer felices a sus hijos discapaces. Hijos como esos que competirán, tras la clausura de los Juegos Olímpicos, en las Paralimpiadas. Hijos que, pese a sus limitaciones, competirán por el oro por el que ahora pugnan los mejores atletas del momento. Hijos que, con independencia de sus logros deportivos, son el orgullo de sus padres porque son, ante todo, personas que merecían, y que han tenido, la oportunidad de vivir.

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