Opinión

CON UNA MANO

Escribir el artículo de cada sábado me ha costado, a lo largo del último mes, un trabajo añadido. Y no por la necesidad de procurarme un tema concreto, ni por la conveniencia de darle forma con mejor o peor fortuna. No por eso sino porque un resbalón, inoportuno como todos los resbalones, me ha obligado a enfrentarme al ordenador con una sola mano.


De todos modos, no hay mal que por bien no venga y esta ha sido una de esas ocasiones en las que, como les habrá ocurrido a muchos de ustedes, uno aprende a valorar algo que habitualmente no valora: tenemos dos brazos, nos servimos constantemente de ellos y no concedemos a este hecho mayor trascendencia. Simplemente están ahí y los usamos, como las dos piernas o, salvando las distancias, como el agua corriente o la luz eléctrica. Y no nos damos cuenta de su importancia hasta que un día, por el motivo que sea, dejan de estar. Basta una leve fractura o un corte en el suministro para que, de repente, advirtamos lo fundamental que era eso que siempre estaba y que ya no está.


Eso es precisamente lo que me ha ocurrido estos días en los que, brazo en cabestrillo, las tareas más sencillas y cotidianas se han convertido en auténticas proezas, cuando no en imposibles. Con un solo brazo, atarse los zapatos o manejar los cubiertos es toda una aventura. Y abrir una puerta con algo en la mano es, a falta de otra mano, un ejercicio circense. Eso por no hablar de los abrazos que tanto se prodigan en estas fechas y que, en mi caso, estas semanas han sido medios abrazos.


No dejan de ser pequeñas anécdotas que hoy quería compartir con ustedes porque creo que nos invitan a apreciar lo que tenemos: lo mismo da que sea una salud de hierro o una familia maravillosa; unos amigos que honran su condición de tales o un trabajo en el que nos sentimos realizados; un plato de comida a la mesa o un techo bajo el que guarecernos... Con independencia de las cosas y personas que nos falten, tenemos muchas otras cosas y muchas otras personas a nuestro lado. Es posible, sí, que a veces encontremos dificultades en nuestro camino y que, en alguna ocasión, nos cueste atarnos los zapatos o cortar un filete. Pero en ese caso, y yo he podido comprobarlo, nunca nos faltará alguien dispuesto a echarnos una mano.

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