Opinión

PRIMERAS LÍNEAS

En ocasiones, enfrentarse a un folio o a una pantalla en blanco es una tarea ardua: lo es para el estudiante que se examina, lo es para el escritor que comienza una de sus obras y, desde luego, lo es también para quienes nos asomamos regularmente a estas páginas. Y ello porque, a veces, la inspiración nos resulta especialmente esquiva y el tiempo, siempre escaso, nos apremia implacable sin que acertemos a escribir la primera línea.


Ese es el motivo por el que, haciendo de la necesidad virtud, este sábado querría recordar con ustedes algunas primeras líneas que me cautivaron en su momento y que dan comienzo a dos grandes novelas de la literatura universal. Podrían haber sido más líneas y más obras pero el espacio es limitado y, puestos a escoger, esta ha sido mi elección. Una elección destinada, ante todo, a reflexionar sobre la importancia de esas palabras que lo comienzan todo y que, como esas miradas que enamoran, son capaces de seducirnos casi instantáneamente.


El primer comienzo al que me referiré es el de 'Cien años de soledad', la emblemática obra de García Márquez, que arranca así: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'. Sin duda, resulta sorprendente la habilidad con la que el Nobel colombiano es capaz de transportarnos al futuro, solo para llevarnos después al pasado tras haber insinuado apenas el tiempo presente. Un ejercicio literario simplemente fascinante.


El segundo comienzo es el de 'Historia de dos ciudades', de Charles Dickens, con esa descripción, hecha de contradicciones, que resulta tan adecuada para definir cualquier época, no importa si el siglo XVIII que allí se retrata o si el XXI que nos ha tocado en suerte vivir: 'Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación'.


Son dos grandes principios de dos grandes novelas que les invito a releer. Con ellos he querido ilustrar lo cruciales que resultan esas líneas sin las que no habría otras: esas que enganchan al lector y que inician un texto que concluye lógicamente con otra línea. Como esta misma.

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