Opinión

Ya estaba casi fuera

Seguramente a Aznar le sorprendería saber que la carta que envió a Rajoy anunciándole que renunciaba a ser presidente de honor y se mantenía solo como militante del PP, provocó alivio. Hacía tiempo que el ex presidente se encontraba muy alejado del partido,  las críticas al gobierno que hacía en privado ya las hacía también en público, y fue incómoda su aparición en la reunión de la ejecutiva que se celebró a los dos días de las elecciones de diciembre.  Hacía  años que no pisaba  la sede de Génova, y lo hizo para cuestionar a Rajoy.

Sin embargo, lo que más molestaba  era que algunas personas de su entorno expresaran permanentemente sus diferencias con Rajoy, y existía cierta inquietud respecto a lo que podría decir Aznar en el congreso de febrero.

Su presencia provocaría polémica, su ausencia también, y  habría debate respecto a la conveniencia de que continuara como presidente de honor, así que se comprende el alivio.

No es fácil ser expresidente, Felipe González lo definió muy bien cuando dijo que eran como jarrones chinos, muy valiosos pero nadie sabía dónde colocarlos. González al menos apenas ha hecho comentarios sobre sus sucesores en el partido y el gobierno, excepto algún artículo veladamente disconforme con la política exterior de Zapatero y, últimamente,  claramente discrepante de las maniobras de Sánchez. Aznar, sin embargo, ha alentado los comentarios sobre su escasa sintonía con Rajoy y con las decisiones del gobierno de Rajoy. Y si en algún momento hacía el esfuerzo de mantenerse callado durante un tiempo, últimamente no perdía oportunidad de meter el dedo en el ojo de Rajoy. O de su mano derecha Soraya Sáenz de Santamaría.

Aznar es un político, como todos, con luces y sombras. Su principal activo, que  fue el hombre que inventó el nuevo PP, lo convirtió en un partido grande, de gobierno, unido y orgulloso. Es  también el hombre que llevó al PP al gobierno por primera vez, y además su primera legislatura fue brillante, decisiva. No puede decirse lo mismo de la segunda, donde impuso su criterio contra viento  marea respecto a la guerra de Irak, aparecieron los primeros síntomas de soberbia y en el PP no se movía un dedo si previamente no había sido autorizado por Aznar. Hasta el punto de que hizo alarde de que era él, y solo él, quien elegiría a su sucesor,  que fue Rajoy.

Por eso ha sorprendido tanto su inquina personal y política, no disimulada, hacia Mariano Rajoy. Ha decidido poner tierra por medio con una carta  de dimisión. Pero no ha hecho daño: hace mucho tiempo que Rajoy y el actual PP tenían vida propia al margen de Aznar.

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