Opinión

Fidel

Han sido 50 años de luces y sombras, infinitamente mayor el número de sombras que de luces. Los que consideran a Castro una figura inconmensurablemente positiva para el pueblo cubano tergiversan los hechos y se empeñan en no recoger el día a día de su dictadura feroz; aquellos que tanto abominan de él, la mayoría en obligado exilio, no le reconocen un solo mérito, cuando alguno tuvo aunque quedó solapado por su gobernanza implacable contra quien no compartía su criterio. Alfabetizó e igualó socialmente a los cubanos, dicen quienes le alaban sin límite. No les falta razón, pero olvidan que  la alfabetización iba en la misma cesta que la ideologización, y solo en un sentido. Y la igualdad social era solo a la baja, Fidel erradicó la pobreza, pero cercenó cualquier posibilidad de que el esfuerzo en el trabajo fuera pareja a la calidad de vida, y creó una sociedad en la que no se premiaba la calidad sino la sumisión al régimen. Una sociedad en la que la disidencia suponía la persecución, encarcelamiento  por años o la muerte.

Fidel Castro, con biografía de indudables tintos heroicos, como ocurre en todos quienes abanderan revoluciones contra dictadores,  una vez que alcanzó el poder con el famoso golpe de fin de año que cogió a los poderosos de fiesta, no aprovechó la ocasión para abolir los peores instrumentos de Batista y crear un mundo cubano nuevo, sino que aplicó  la mano más dura para  meter en su carril a una sociedad que la acogió como un libertador, y que sin embargo lo primero que hizo fue abolir las libertades. Muchos de los mejores lo advirtieron a tiempo y marcharon camino del exilio; los que todavía creían en su palabra se quedaron, y solo con riesgo de su vida consiguieron salir de Cuba. Entre los que se fueron, la primera mujer de Castro, su hija y su hermana. Y algunos de los que le acompañaron en  Sierra Maestra, el “Granma” o el asalto al cuartel de Moncada,  desde luego poco sospechosos de no apoyar a Castro y su revolución.

Con la muerte de Fidel se va uno de los personajes más emblemáticos del siglo XX, más ensalzado y más odiado al tiempo. Un personaje  capaz de hacer amistades entre algunos de los hombres y mujeres más admirables de la política y de la cultura, a los que atrapaba con su gran  seducción personal. Con Fidel se va una forma implacable de  hacer política, en la que se elimina al adversario, se humilla a quien protesta, se asesina al amigo que empieza a cuestionar las imposiciones y se controla a la población premiando al familiar o vecino que denuncia a quien se aleja de la ortodoxia.  

Le elogiarán desaforadamente quienes no quieren ver los resultados de su medio siglo de mandato en Cuba.  Pero los hechos son incuestionables: ha muerto, con permiso de Chaplin, el Gran Dictador.

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