Opinión

Navarra

Lo ético es que cuando un parlamento pide mayoritariamente su dimisión, el presidente debe al menos plantearse esa posibilidad, bien dejando el puesto a otra persona de su mismo partido o promoviendo nuevas elecciones. En el caso de  Navarra son importantes las razones que aconsejan lo contrario.

La primera, que la comisión de investigación no ha demostrado que se haya producido corrupción en el caso de la vicepresidenta. Incluso quien la acusó de que pretendía trato fiscal privilegiado para  las empresas que había asesorado antes de formar parte del gobierno, admitió ante los parlamentarios que nunca la vicepresidenta le había pedido información que no debería dar, sino que se había sentido presionada porque la vicepresidenta mostraba interés por la situación de esas empresas. El partido socialista de Navarra, que ha tenido una actitud patética en esta historia, tuvo que buscar la cuarta acepción del diccionario de la RAE, como así explicó su portavoz, para considerar corrupta la conducta de Lourdes Goicoechea.


La segunda razón para que Yolanda Barcina  haga el esfuerzo de mantenerse en su puesto hasta el final de la legislatura, es que no se puede permitir que en Navarra ganen la batalla los malos. Sí, los malos, los que han compadreado con ETA, o han formado parte de ETA, o han colaborado con ETA, o han justificado  los atentados de ETA, o en el mejor de los casos han mirado hacia otro lado ante una banda que ha cometido atrocidades  exigiendo, entre otras reivindicaciones, la anexión de Navarra al País Vasco. Con esa gente no se puede ir ni a la esquina, como bien decía Elena Valenciano; y debería repetirlo y en voz mucho más alta para que lo escuche el presidente de su partido en  Navarra, Roberto Jiménez, que ha hecho el papelón de su vida. Ha dejado a los socialistas navarros de bien, que son multitud, con su nombre injustamente ligado al de una formación filoterrorista como Bildu, y ha obligado a la dirección nacional de su partido a ponerle en su sitio. Él sí que debería dimitir, para que otro socialista con sentido del Estado y con las ideas claras sobre qué significa Navarra para los etarras, lleve adelante una política sensata. Contraria a la de Yolanda Barcina en todo aquello en que discrepe con Barcina, pero que en ningún caso haga el juego a quienes dicen que han dejado atrás la actividad terrorista pero no olvidan ni un solo segundo sus objetivos, y están dispuestos además a lo que sea, lo que sea, con tal de entrar en las instituciones y buscar apoyos para lograr aquello que no consiguieron ni siquiera asesinando a casi un millar de españoles.


No es Barcina la que debe dimitir por no dar su brazo a torcer frente a quienes tratan de desbancarla buscándole las vueltas. Son otros: los que compadrean con quienes no merecen ni que se les dirija la palabra.

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