Opinión

Contratos basura

Un hijo de un amigo mío llegó a su casa el otro día todo apesadumbrado porque en una entrevista de trabajo le propusieron uno de esos que ahora llaman “contrato basura”. Y bien, le dije, ¿cuál es el problema? Todos los días nos ofrecen cosas que no nos interesan, lo más sencillo es decir no, simplemente, pero sin cabrearse, sin acritud, como diría el otro. Pasa como con los correos clásicos o electrónicos, que te llenan el buzón o el ordenador con ofertas e invitaciones de todas clases, hay gente que se molesta porque se los envían, con lo sencillo que resulta tirarlos a la papelera o eliminarlos de tu ordenador. Lo peor es cuando no te hacen ofertas, no te envían correos, ni nadie te llama. Lo que hace falta es que te ofrezcan muchos contratos, te hagan muchas propuestas, muchas ofertas, buenas o malas, de calidad o de basura, todos los días, en cantidad, no te preocupes, ya te encargarás tú de rechazarlas, que muchas gracias por su propuesta pero que lo que tú quieres es otra cosa, que tú estás preparada/preparado para otro puesto, para otra responsabilidad. Lo peor es cuando pasan de ti, te ignoran, miran para otro lado. Es un poco como lo de las ofertas, hay quien se indigna y se cabrea porque le han ofrecido una cantidad por una cosa que vende y se considera ofendido porque no le dan lo que pretende. El problema es cuando no hay oferta. Aquello de “a vaquiña polo que vale” pasó a la historia, porque ahora ya no sabemos lo que vale “a vaquiña”, ni “a casiña”, ni “o eidiño”, ese es el problema, podrán valer mucho, de acuerdo, y de suyo lo valen, pero entonces no me los venda, por favor, porque ahora mismo lo único que sabemos de verdad es el valor del dinero, los billetes, y eso porque lo pone ahí, en cada billete, repetidas veces, por si acaso, por delante y por detrás, en el centro, en la esquina y al trasluz, para que lo veamos bien, así sabemos perfectamente que, si no son falsos, valen 500, 200, 100, 50, 20, si no, habría sus más y sus menos. De ahí que estén tan solicitados.

Estamos en época de dudas e incertidumbres, muy lejos de aquellos tiempos de dogmas infalibles, adhesiones inquebrantables y principios fundamentales. Se han perdido los valores morales, con sus trampas e hipocresías incluidas, pero que, aún así, presidieron durante muchos años las relaciones sociales, laborales, incluso comerciales y sentimentales, para llegar a una época en que todo se justifica con la rentabilidad, todo se cuantifica y todo se contabiliza, y entonces se te rompen los esquemas porque, a diferencia de los billetes y monedas que nos marcan exactamente sus valores, nunca sabremos lo que pueda valer un cariñoso saludo por la mañana, un apretón de manos, un abrazo, una sonrisa, un beso, o un te quiero y te querré siempre hasta el final de mis días.

Por eso es el momento de las cosas fungibles, esos bienes intercambiables del que todos sabemos su valor. El dinero es el bien fungible por naturaleza, máxime en tiempos en que otras cosas no se valoran. Hace unos años en Madrid, unos señores, no sea, delincuentes tenían un furgón lleno de obras de arte de gran valor que habían robado; esculturas y cuadros de pintores cotizados. Estuvieron un tiempo tratando de hacer calderilla su botín, pero lo único que pudieron convertir en dinero fue una pesada escultura en bronce de Chillida, un chatarrero le pagó 150 euros por ella, el precio de su metal, al peso. Fue todo lo que pudieron obtener de la, en teoría millonaria, pero no fungible, carga de su furgón.

Pensamos que todo se va arreglar cambiando leyes y decretos, a esto contribuye en gran manera esos estúpidos discursos a los que nos tienen acostumbrados nuestros políticos sobre todo en tiempo de elecciones. Frases como, cuando yo sea presidente, cuando lleguemos al gobierno, mientras yo mande, etc. haremos esto, derogaremos aquello, bajaremos los impuestos, subiremos los salarios y similares y gratuítas afirmaciones. Qué gran error, me recuerda mucho al “exprópiese” del fallecido Hugo Chaves que se murió tan convencido de que todos los problemas se iban a solucionar a base de órdenes, decretos e imposiciones. ¿Qué dirá ahora el pajarito de Nicolás Maduro? No aprendemos.

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