Opinión

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Un niño de tres años se asoma llorando por una ventana. Llama la atención de un transeúnte que da aviso a la Guardia Civil, que localiza a la madre, inmigrante brasileña, a la que se acusa de abandono de menores. No es como en otras ocasiones en que los padres se van de copas. En este caso la madre se encontraba trabajando a 45 kilómetros de distancia. Quizá en este caso se debiera proceder al revés, y preguntarse más que el motivo por el cual el niño se encontraba solo, por qué la madre no lo ha podido llevar a un centro público con otros niños de su edad mientras trabajaba para sacarlo adelante. Por cierto, el niño sigue bajo custodia de su madre. Por algo será.

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