Opinión

Lecturas, habladurías y tortilla, sobre la arena

Ocurre en verano, en plan distendido, con menos apuros que el resto del año, más desenfadados y desinhibidos que de costumbre, es cuando los más comunes de los mortales se vuelven más locuaces; se habla de todo un poco y hasta mucho de todo. Y sobre la arena coincidimos y nos paramos de hablar de lo que se tercie. Si no se nos ocurre nada hablamos del tiempo, de lo acontecido a lo largo del año, con los amigos anuales que regresan al mismo arenal, etc. Al final hay dos maneras de veraneo sobre la arena: Disfrutando de los paseos, tertulias o las escuchas de las habladurías, aunque se haga un esfuerzo para ignorarlas; y/o las placenteras lecturas sobre el arenal, incluidas las visualizaciones periféricas cercanas, el horizonte y al cielo soleado o nublado.

Cualquier tema de conversación, con su narrativa particular y peculiar, sirve; y tiene la trascendencia suficiente para mantener seriamente una narración acorde con los aconteceres del momento o la ocurrencia personal de cada cual; que transcurra el tiempo a la vera del agua, que a su vez nos transmite frescura, ante las soporíferas temperaturas y de las que nos protegemos a base de sombrilla, arena, agua y charlatanería. Tres señoras departen amenamente, sentadas, lo que yo diría –y ya dije- conversación narrativa. Sus respectivas parejas de pie, a unos metros de distancia, hablaban entre ellos; y un par de niños iban y venían al grupo de señoras, ajenos a charlas y escuchas. Me encuentro yo también sobre la arena, con el libro “Lluvia Fina” de Luis Landero, y repentinamente llama mi atención, sin querer, involuntariamente, la conversación de las tres señoras. ¡Qué casualidad!, encuentro analogía entre lo que escucho y la lectura de Landero, al leer: “¡Qué tendrá la narración que nos consuela tanto de las culpas y errores y de las muchas penas que los años van dejando a su paso! Así fue siempre…”.

Están las señoras con sus narrativas, cada cual la suya, pero con un nexo en común, la economía. Hace entre 48 y 72 horas de sus llegadas al lugar de veraneo. Lo primero que hicieron fue acudir al Súper y a la plaza de Abastos, para surtir las neveras. Y una ¡máxima irrebatible!, comentan. Todo mucho más caro este año. Una de ellas, exasperada, levantando un poco más la voz, dice claro y nítido, toda llena de razón: “Acabo de leer la prensa, antes de salir de casa, y el titular informa que hacer una tortilla de patatas es un 20,4% más caro este verano”. A lo que responde una compañera de charla: “¡Y estamos hablado de una tortilla…!” Añade la tercera: “Sube la tortilla, porque encarecieron los huevos, las patatas, las cebollas y… ¡el aceite, que está por las nubes! Y ya no hablemos si se te ocurre un caprichito, como ir a por un marisquito. ¿Y la gasolina, para venir hasta aquí…?”. De lo que se deduce el encarecimiento global, como tema conversatorio. Lo que sustentaría Neme como “la realidad cotidiana del momento hecha virtud, que evite el adelgazamiento de la cartera”.

Todo discurre, en momentos de asueto, con la endiablada economía, que lo ocupa todo. Es por lo que pronosticaba W. Churchill: “¡Qué bonita es la política, si no fuera por la economía!”. Y a la vista de las firmes convicciones económicas de las señoras, remedaría la conversación del siguiente tenor: Qué bonitas son las vacaciones, si no fuera por la economía; que hasta la tortilla de patatas es un 20,4% más caro este verano. No es de extrañar que los usuarios del comedor social de Cáritas se triplicaran en año y medio, con el presupuesto previsto para este año ya agotado. ¡A pesar del Gobierno!, que afirma que la economía “va como una moto”.

En vista de los acontecimientos, en vez de endilgar tanto en la carestía de las vacaciones de verano, pensemos en ¿lecturas de verano? Sigo en esto a mí admirado escritor Julio Llamazares, cuando escribe: “Creo que más bien es al revés, que el verano debía ser nuestra lectura principal, esa página abierta que nos espera para llenarla de letra y de palabras por nuestra cuenta…”. Sucede que esa página la llenamos de nuestros problemas directos, íntimos, y que comprobamos son los de la mayoría. “Es la economía estúpido”, dijo alguien.

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