Opinión

Los millones de parpadeos

Acostumbro a leer los artículos de Isabel Coixet en un semanal. Del último, titulado “Setecientos millones de parpadeos”, su comienzo despierta mi atención: “Si mueres antes de cumplir 85 años, habrás llegado a parpadear setecientos millones de veces, excepto si tienes tendencia a parpadear mucho, que es posible que esa cifra llegue a los novecientos millones”. Tras el consiguiente relato, que da pie al artículo, acaba Isabel: “Entonces me pongo a llorar y pienso en todas las cosas que no he visto porque parpadeo demasiado”. ¡Claro que sí!, todo por exceso y por defecto es malo.

Y es que el parpadeo, o cierre y apertura de los párpados, ostenta una función defensiva y protectora del ojo al eliminar los irritantes y/o sustancias extrañas de la conjuntiva del ojo, al tiempo que difunde la lágrima para mantener hidratada la córnea, etc. Y los textos relativos a la patología del ojo nos hablan de que el parpadeo puede verse alterado por elementos ajenos al ojo, como la fatiga, enfermedades o medicamentos, y también por lesiones del propio ojo. Si consultamos literatura al respecto, nos dice que cada parpadeo se da en intervalos de 2-10 segundos, pero es variable. Así, cuando leemos, el promedio de parpadeo se reduce, razón por la que el ojo se seca y fatiga. En un laboratorio, sin embargo, se parpadea más, pudiendo llegar a los 10 parpadeos.

¡En fin! Parpadear, lo mismo que la respiración, son funciones esenciales del cuerpo. Y como todo en la vida, si se hace por exceso o por defecto, algo está alterado. Pero Isabel Coixet llama mi atención aun más de lo debido, porque además de que yo admita que si parpadeo demasiado algo puede no ir bien a nivel ocular o extraocular, también por la cantidad de cosas que uno deja de ver al parpadear demasiado, como dice Isabel. Y me preocupa mi aumento del parpadeo involuntario, aunque consciente, debido a las cosas y noticias que observo en esta precampaña al 28M. Iglesias le responde a su heredera Díaz que no sabe de su “ensalada de hostias”. Un alto funcionario de Vigo a punto de entrar en prisión, tras haber pedido indulto por ser militante del PSOE. Un alcalde que gobernó 36 años vuelve a la política tras un implante contra su sordera. Reivindicación de políticas nuevas con políticos antiguos… Espero que mi aumento de parpadeo, de cosas como estas, no me reste años de vivencias.

¿Parpadearía demasiado –Coixet lamenta ponerse a llorar al no ver cosas por parpadear demasiado- Tomás el Apóstol, cuando le anuncian la Resurrección de Jesús, y se niega a admitirla, hasta el punto que tuvo que tocar con sus propias manos las heridas de Jesús en las manos y costado? Es cuando Jesús le recriminó haber necesitado tener que ver para creer. Si aprendemos el 20% de lo que escuchamos, el 50% de lo que vemos y el 80% de lo que hacemos, siento curiosidad por esa falta del 50% de cosas que no aprendemos pese a verlas. Busco bibliografía y encuentro lo que expone un equipo internacional de investigadores, del Departamento de Psicología de la Universidad de California, al averiguar que cuando parpadeamos, nuestro cerebro se encarga de estabilizar nuestra visión; ajusta nuestros ojos, de modo que sigamos enfocando lo que estamos observando. ¡Ah!, pero transcurre un tiempo en ese ajuste, una defensa involuntaria de nuestro cerebro para continuar enfocando el objetivo mientras cumple una función fisiológica de defensa ocular.

En muchas ocasiones me da por pensar en las cosas que dejamos de hacer y aprender. Todo porque los órganos del cuerpo humano deben recuperarse antes de continuar su discurrir. Quizás sea debido a ello el lamento de Isabel Coixet, y que yo entiendo como que la máquina más perfecta –la humana- que habita la tierra no lo puede hacer todo, o todo lo que desearíamos. ¡Ver para creer!, o declaración de nuestra falta de fe para creer que, en plena vorágine preelectoral, los políticos parpadean mucho al ver a su alrededor y proximidad si alguien le puede traicionar o no dé de sí la valía que se le supone; y parpadear poco al contemplar el horizonte que le espera. ¡Claro está! Los próximos te hacen parpadear poco, pero te causan taquicardia y los lejanos parpadear mucho y bradicardia. Lo de menos es el número de parpadeos a los setenta años que a los ochenta y cinco. ¿Moraleja?: políticas nuevas con políticos antiguos. Veremos de todo y no lloraremos, estima Isabel.

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