Opinión

CREMÀ FINANCIERA

A escasas horas de que las Fallas alcanzaran su punto álgido y la voracidad del fuego lo consumiera todo durante la Nit de la Cremá, en Nicosia, con la que Valencia comparte cultura mediterránea, el Parlamento chipriota rechazaba, sin sumar voto alguno a su favor, un programa de rescate de cuya autoría hoy reniegan todos los que intervinieron en su diseño: la Troika comunitaria, el FMI y el propio Gobierno de la isla, de corte -por cierto- liberal.


Más que un rescate ad hoc, el último y más arriesgado de los programas de ayuda a países europeos en dificultades, ha resultado ser todo un ejercicio de pirotecnia financiera. No tanto por el tamaño de la economía a intervenir y su incidencia entre sus socios, sino por su hipertrofia financiera y las implicaciones de lo inicialmente acordado, más propio de países ávidos de expolio y confiscación que un socio comunitario. Con la misma población que la provincia de A Coruña (1,1 millones de habitantes) y un PIB de 17.887 millones de euros (2012) semejante al de Extremadura (17.491 millones), el tamaño del balance bancario agregado multiplica por más de siete el tamaño de la economía de Chipre. Y por algo más de dos la proporción media europea, que tampoco se ha demostrado adecuada para contener la crisis.


En un marco tan particular, el acuerdo sometido a debate -totalmente insólito en su esencia- ha situado el foco de atención sobre dos principios hasta ahora infranqueables, como son los relativos a la seguridad de los depósitos bancarios y a la irreversibilidad del euro; ambos en cuestión, con consecuencias ciertamente impredecibles. La relajación de exigencias, los cambios de criterio y los desmentidos que, desde entonces se han sucedido, no han logrado restablecer la credibilidad de ninguno en un contexto general de calma tensa como el que delimita la equidistancia entre la incredulidad de un corralito en seno europeo y el exostismo de un pequeño país que cobra y paga en euros. Pero que se presenta más próximo a los intereses de Moscú que a los de París o Berlín. De un país que, por reducido, podría convertir en asambleario el rescate. Y cuya crisis, mal gestionada, amenaza con iniciar una Mascletá bancaria, en la que al estallido de un petardo suceda el del siguiente.

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