Opinión

DEFLACIÓN Y DINERO GRATIS

Acostumbrados, como estamos, a que los precios suban de manera reiterada (inflación), que cambien de tendencia y bajen es -por lo general- una buena noticia. Desde el punto de vista de la demanda, alivia el bolsillo de los consumidores. Y desde el punto de vista de la oferta, relaja las necesidades de quien gestiona presupuestos de inversión, hasta hacer atractivos proyectos que quizá no lo eran cuando fueron concebidos. Ahora bien, que lo haga de manera persistente (deflación) ya no es tan buena noticia. Basta visitar la hemeroteca y consultar los fenómenos deflacionarios que, durante la década de los noventa, asolaron Japón y Suecia, sin que el primero de los países haya terminado de sobreponerse de sus consecuencias.


La deflación es un virus paralizante que sitúa al sistema en estado de hibernación: la mera previsión de que los precios puedan sumar caídas adicionales sume a los distintos agentes económicos en una espiral en la que, de manera indefinida, posponen las decisiones de consumo e inversión, hasta perpetuar y retroalimentar la vacilación. En este contexto, el metabolismo económico y financiero decrece hasta un nivel mínimo en lo relativo a expectativas -de consumo, inversión y empleo- que no acaban nunca de concretarse. Con el consiguiente daño en el tejido productivo, ya sea por la debilidad de la demanda, ya por el exceso de capacidad desde la perspectiva de la oferta.


Para el BCE, sólo pensar que ese escenario pueda llegar a producirse en Europa, ha resultado motivo más que suficiente para situar el precio oficial del dinero en su mínimo histórico, el 0,25%. O, lo que es lo mismo, para comprometerse a prestarlo prácticamente gratis a los bancos del eurosistema. A la euforia bursátil desatada en los instantes iniciales siguió un cierto desasosiego, provocado por la posterior reflexión sobre las causas. Con excepciones contadas, como la del Daxx alemán, que terminó en positivo, o de los índices de Austria, Finlandia, Francia y Holanda, prácticamente planos, el resto de parqués de la eurozona terminaron teñidos de rojo. De manera especial el nuestro, que representa a un país con un soberano problema de deuda. No en vano, si la inflación beneficia al deudor, por devaluar también el valor la deuda, la deflación le perjudica, pues termina devolviendo más capacidad de compra de la que ha tomado prestada.

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