Opinión

UNA ECONOMÍA DE TOCINO Y VELOCIDAD

En los años noventa, la prensa financiera anglosajona acuñó el término despectivo PIGS (cerdos, en inglés) para referirse a los problemas de flexibilidad y competitividad de cuatro economías consideradas 'mediterráneas' en víspera de su incorporación al euro: las de Portugal, Italia, Grecia y España, atendiendo por este orden a sus iniciales en la lengua de Shakespeare. Con la irrupción de la actual crisis, el semanario británico The Financial Times recuperó el acrónimo, sustituyendo inicialmente a Italia por Irlanda, e incluyendo más tarde a ambos países en una versión ampliada -PIIGS- que tenía por objeto identificar a la periferia (díscola) del euro. Así, frente a la presunta seriedad del corazón europeo, los 'cerdos' vendrían a representar la irresponsabilidad. Frente a la eficiencia, la impericia. Y frente a la honorabilidad, la corrupción, el desorden o el despilfarro, por poner sólo tres ejemplos de recurso reiterado entre el establishment económico internacional.


Sin alcanzar los tintes de tamaño cúmulo de prejuicios, parece claro que el paulatino deterioro de la economía española ha facilitado la visualización de una serie de debilidades a las que nuestro Gobierno ha ido respondiendo de un modo, cuando menos, sorprendente. Así, en aras de 'combatir' la dependencia financiera del sector privado ha optado por endeudar al público. Para 'corregir' la sempiterna inflación diferencial con el entorno inmediato ha respondido, desde hace ya tres años, con subidas en los precios regulados (electricidad, gas, transportes) sensiblemente superiores a las del IPC previsto. Nada mejor que un recorte del gasto público en investigación para 'enfrentar' la escasa competitividad exterior. En este sentido, el ajuste presupuestario se aproxima al 30 por ciento a lo largo de los dos últimos ejercicios. Por último, lejos de articular un plan de índole global, la tremenda dependencia energética del país 'se aborda', de momento, limitando la velocidad máxima a la que podemos desplazarnos por autovías y autopistas. Una medida que, aislada, carece de sentido. Que se presta a escenificar, rayando el esperpento, el ritmo al que se produce nuestra recuperación: de manera cada vez más lenta. Y que, volviendo al inicio de la reflexión, hace de nuestra economía una asombrosa mezcla de tocino y velocidad.

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