Opinión

ESPAÑA LOW COST

Hace poco menos de un año, y tras dos previos de negociaciones, se anunció el nacimiento de IAG, o la fusión -entonces 'entre iguales'- de Iberia y British Airways. Que la compañía británica quiera, ahora, hacer de la española, su industria y sus aeropuertos de referencia poco menos que un entramado low cost ha supuesto todo un golpe para el orgullo empresarial de nuestro país. Pero también una metáfora de la economía de bajo coste que nos espera, y de la que el debate recién iniciado a cuenta de los 'miniempleos' no es sino otro ejemplo.


Podemos compartir con quien lo propone que se trate de una solución (aunque sólo parcial y de orden nominal) al desorbitado desempleo que nos retrata a nivel internacional, especialmente acuciante en el segmento juvenil. Una solución, además, con precedentes en otros países del entorno, como Alemania, que presentan, a esta altura, tasas de paro ciertamente envidiables. Una posible solución a los 'miniempleos' que, totalmente opacos al fisco, ya existen en España. Y una solución, por último, cuya ventaja inmediata pasa por relajar los mecanismos estabilizadores, al incrementar -aunque de manera posiblemente escasa- las cotizaciones sociales, y 'abaratar' -también de manera limitada- el coste presupuestario del desempleo.


Pero también podemos compartir que se trata de un revival del contrato basura. Que agudiza la tendencia a la precarización laboral que viene protagonizando nuestro país. O que nos aproxima, incluso, a la esclavitud. Se trata, en cualquier caso, de un vértice más de la devaluación interna a la que nos condena la pertenencia al euro en ausencia de mejoras en la productividad. O con la que nos castiga la competencia (desleal) que, en el ámbito laboral, ejercen regiones económicas del mundo, como China, con estructuras productivas intensivas en mano de obra carente de derechos. Con la diferencia de que Europa, y España en particular, presumen desde hace tiempo de una ingente acumulación de capital, humano y tecnológico, sin correspondencia alguna con 400 euros de salario y 150 de cotización. El punto de equilibrio entre apreciaciones tan dispares dependerá de su carácter (o no) transitorio en un contexto excepcional; o del ánimo de permanencia en el tiempo que se le imprima. Dependerá, en definitiva, de la voluntad política. Pero, sobre todo, de la presión que finalmente ejerza el Banco Central Europeo.

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