Opinión

ESTADÍSTICAS Y REALIDAD SOCIAL

Con un crecimiento interanual del 19%, la riqueza financiera neta de las familias españolas habría recuperado, al término del segundo trimestre del año, el nivel previo a la crisis. Tras un lustro largo de letargo, la diferencia entre el ahorro financiero -compuesto por la suma de los saldos en efectivo, depósitos, acciones y valores de renta fija- y el saldo vivo de los préstamos de hogares e instituciones privadas sin fines de lucro ha vuelto a superar los 920.000 millones de euros, hasta situarse a poco más del 6% del máximo histórico observado en 2007 (984.643 millones). No es el argumentario del ministro Montoro, sino datos que el Banco de España ha publicado esta misma semana. Y que ofrecen una de esos caprichos que alejan estadística y realidad, por divergir -la primera- del sentir mayoritario de la calle. Y de una tasa de paro que, con leves mejores, permanece anclada en porcentajes vergonzantes para una potencia occidental.


Dejando al margen el deterioro de otras dimensiones de la riqueza familiar, como la inmobiliaria, todavía hegemónica en nuestro país, es cierto que la riqueza financiera se ha restablecido. Ahora bien, en este tiempo ha variado de manera sustancial su reparto. Lo dice la calle, con presupuestos menguantes. Y lo confirman los diferentes indicadores que miden las desigualdades sociales, profundamente crecientes.


Sin entrar n la necesidad de interpretar herramientas estadísticas complejas, como el índice Gini, existen datos contundentes que permiten tomar el pulso a su evolución reciente de la brecha social. Así, según el último Informe sobre la Riqueza Global que anualmente difunde Credit Suisse, banco suizo precisamente especializado en la gestión de grandes patrimonios, el número de millonarios (con activos financieros líquidos que superan ese importe en dólares) habría aumentado en España en un 13% desde mediados de 2012. En el mismo período, el número de personas de clase media que ha pedido ayudas sociales ha crecido en un 45%. Por arriba y por abajo, se estrecha el grueso de la clase media; ese estrato social que, a cambio de salarios decrecientes, consume precisamente aquello que produce al mismo ritmo que crea valor para el accionista.

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