Opinión

GRECIA: EL EURO ¿O EL CAOS?

Cuando, en 2001, se incorporó a la eurozona, Grecia era un país con ruinas. Hoy es un país en ruinas, carente de viabilidad, tanto dentro como fuera de la Unión Monetaria. Ya sea por la acumulación de incumplimientos, ya por la desconfianza que entraña su clase política, a Grecia se le imponen ajustes permanentes encaminados a corregir un déficit perenne que no ha hecho sino incrementar de manera exponencial su deuda, hasta hacerla insostenible. Cada reunión del Eurogrupo con motivo de Grecia es clave desde hace ya dos años. A cada tramo de ayuda internacional le precede un rosario de arduas negociaciones que conducen a conclusiones siempre definitivas, cuyos resultados se demuestran, no obstante, provisionales. ¿Y si Grecia incumpliera los compromisos que, de manera reiterada, ha contraído con la comunidad internacional?


Atendiendo a la pretensión alemana, sería expulsada del euro. Y a partir de ahí -dicen- el colapso. Para el resto de la eurozona, la vuelta griega al dracma supondría admitir la revocabilidad del euro, con consecuencias imprevisibles para la estabilidad de sus socios, empezando por los que -como Italia y España- permanecen, desde hace tiempo, en primera línea. En Grecia, por su parte, la asunción de un nuevo dracma vendría precedida de agitación política y social, y acompañada de una fuerte devaluación frente al euro. Rota la paridad, los primeros en sufrir las consecuencias serían los más endeudados, incapaces de afrontar sus compromisos. Al impago exterior del Estado y las demás administraciones, seguiría la quiebra del sistema bancario y de buena parte del tejido empresarial; fugas de capitales y racionamiento de fondos; el derrumbe del poder adquisitivo de la población, especialmente intenso entre los segmentos más dependientes y desfavorecidos; y la condena al ostracismo internacional. Un país, en conclusión, sumido en el vértigo político, la anemia financiera y el más absoluto caos económico y social; condenado a un largo período de marginación y pobreza. O, paradójicamente, lo más parecido a la Grecia actual, donde no existe una diferencia nítida entre el euro y el caos. O quizá sí. La diferencia es la exposición al desastre de la banca francoalemana, sensiblemente más reducida desde que el BCE, el FMI y los diferentes Estados de la eurozona asumieran, con el rescate griego, parte de su riesgo.

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