Opinión

LAS TRES NEGOCIACIONES

Según se describe en los relatos evangélicos, después de la Última Cena, Jesús de Nazaret acudió a orar al Monte de los Olivos acompañado de sus discípulos. Fue allí donde Judas Iscariote le entregó, con un beso, ante una turba numerosa de oficiales, soldados, fariseos y saduceos. Y donde Simón Pedro, lleno de ira, tomó la espada para defender 'a hierro' la suerte del Mesías. Preso del pánico a sufrir represalias, le negaría más tarde hasta en tres ocasiones, en tres circunstancias distintas, ante tres personas diferentes, antes de que se escuchase el segundo canto de un gallo.


La defensa política, mediática e incluso académica de la solidez pública española rememora, con la distancia debida, el episodio de las tres negaciones; uno de los más conocidos y de mayor trascendencia simbólica del texto bíblico. En medio del calvario por el que atraviesa la deuda soberana europea, desde España negamos la inclusión de nuestra economía dentro de los lindes periféricos, donde se ha instalado una sombra de duda permanente.


España no es Grecia. El heleno fue un asunto de falseamiento flagrante de la realidad contable de las finanzas públicas. Y, a partir de ahí, de desconfianza extrema. España tampoco es Irlanda, donde las malas prácticas de los dos bancos principales, y la osadía gubernamental a la hora de garantizar la totalidad de los depósitos tras la caída de Lehman Brothers, han provocado un agujero financiero equivalente a una quinta parte de su producto anual. Lo que ha multiplicado por tres el déficit público previsto para el ejercicio en curso, hasta situarlo en el 32 por ciento del PIB. Y por bastante más de tres su probabilidad de impago, a ojos de quien le venía financiando. Por último, España no es Portugal. Si en nuestro país la crisis supone una discontinuidad en una serie extraordinaria de crecimiento, en el país vecino la crisis es el resumen de una desafortunada serie de estancamiento, culminada además con una recesión.


Así, pues, parece correcto mantener cierta distancia respecto a los rescates griego e irlandés. Pero tampoco seamos (i)lusos. El nuestro es un país cuyo peso específico entraña un riesgo sistémico. Un país que muchos consideran demasiado grande para ser objeto de un rescate ordenado. El país, en definitiva, donde podría debatirse el euro. Y eso no podemos negarlo.

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