Opinión

UN OLIGARCA PETROLERO

Con excepciones, como las de Estados Unidos, Reino Unido y Noruega, las democracias petroleras han quedado relegadas a un mero oxímoron; expresión integrada por conceptos contradictorios. Así, al frente de buena parte de los países ricos en petróleo observamos regímenes fuertemente autocráticos, como sucede entre los emiratos de la Península Arábiga. O democracias de intensidad baja (México y Rusia) o muy baja (Indonesia, Iraq, Irán, Nigeria y Venezuela). También es cierto que los principios democráticos han ido calando, a lo largo de las últimas décadas, entre las economías petroleras. Y que el acceso al petróleo se ha ido extendiendo a algunas democracias que carecían de esta materia prima. Venezuela es, en este sentido, punto de encuentre entre ambas tendencias.


Hugo Chávez hizo del petróleo el eje de su capital político. En el exterior, las rentas del oro negro le permitieron tejer una alianza con Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua y Uruguay desde la que exportar al mundo el socialismo del Siglo XXI. Y obtener, al margen de los mercados convencionales, armas (Rusia), tecnología (Irán) y crédito (China). En el interior, sirvieron para subvencionar, sí, a los estamentos más desfavorecidos. Pero también para aliviar parte de su fatiga. Bajo el umbral de la pobreza se sitúa ahora el 26,7% de la población (43,9% en 1998), y el 7% bajo el de la indigencia (17,1% al inicio de su mandato). También entre sus logros se cuentan el acceso a la educación, con tasas de escolarización un 54% y un 36% superiores en primaria y secundaria, respectivamente, o la reducción de la desigualdad en la distribución de los ingresos, que hacen hoy de aquel país uno de los más igualitarios de América Latina, según el coeficiente Gini del Informe sobre desarrollo humano de la ONU.


Una sociedad más igualitaria, sí. Pero, también, más resignada y pobre. Resignada ante la violencia estructural, el férreo autoritarismo de la élite gobernante y la libertad tasada que permite una democracia sólo nominal y orgánica. Y pobre por el desmantelamiento paulatino de la iniciativa privada y, en consecuencia, de la clase media. Y por el impacto de la inflación más alta y persistente del mundo (40,2% en 2011 y 43,5% en 2012), precisamente allí donde se importan tres cuartas partes de la compra cotidiana. Odiado y adorado a partes casi iguales, Chávez deja un país profundamente dividido que, también bajo su mandato, ha perdido demasiadas oportunidades durante demasiado tiempo.

Te puede interesar