Opinión

UNA PICA EN FLANDES

Cualquiera que visite Bélgica durante el mes de diciembre descubrirá que en este país son dos las figuras que ejercen el papel por lo general reservado a Santa Claus: Sint Niklaas (San Nicolás) y Père Noël (Papá Noël). El primero visita a los niños flamencos los días 4 y 6. Y el segundo hace lo propio con los valones, pero en nochebuena. Aunque en mucha menor medida, todavía se advierte cierta presencia de los Reyes Magos. No es ésta la única prerrogativa con que cuenta este singular país unido por su delicioso chocolate, la monarquía y la religión católica. Así, ciñéndonos a lo económico, comparte con España muchas pautas de 'decadencia'. Con todo, en Bélgica se antoja impensable mentar la posibilidad de un rescate. Pensemos que, como los españoles, los belgas sufren la segunda recesión en apenas tres años, en cierta medida mitigada por una economía sumergida que -según diversas estimaciones- ronda el 20 por ciento del PIB; porcentaje que en la Europa del euro sólo superan Portugal y los países de la rivera mediterránea. Cuentan, también, con un abultado aparato administrativo, concebido sobre la base de múltiples niveles jurisdiccionales, incluido -por su especial visibilidad- el comunitario; un déficit público persistente y superior al objetivo establecido, y un desorbitado volumen de deuda, sólo superado en términos relativos por el de Grecia e Italia. Y tampoco escapan al ya familiar desprestigio de la élite política; aspecto éste al que no es ajena la Corona. Como tampoco lo es el marco institucional: no obstante su profundo grado de descentralización, el Estado belga sufre continuas tensiones territoriales, culturales y lingüísticas que amenazan con fragmentarlo.


Por sorprendente que resulte, desde la perspectiva de eso conocido como mercados, un panorama como el descrito sólo merece una penalización de 73 puntos básicos respecto al bund alemán, por todos considerado el bono de referencia en Europa. En condiciones que podrían sujetarse a un relato similar, España es hoy acreedora de 397. ¿A qué se debe esta sustancial diferencia? Por un lado, resulta obvio el componente especulativo. Y por otro, está la condescendencia: Bélgica forma parte del core comunitario y del conjunto de países que, liderados por Francia, mantienen una calculada equidistancia entre el núcleo duro y los rescatados o amenazados de rescate. Más nos valdría, en este sentido, poner una pica (figurada) en Flandes para ganar adeptos y aproximar las exigencias económicas a la legitimidad democrática y poblacional.

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