Opinión

EL PRESIDENTE Y LOS EXPLICADORES

La invención de la imprenta por Gutenberg (1398-1468) a mediados del siglo XV, supuso toda una revolución en lo relativo a la difusión del conocimiento. El ingenio no llegó hasta 1472 a España, donde -entre otros avances- propició la aparición de nuevas modalidades literarias. Quisiera rescatar aquí la denominada 'de pliego de cordel', que facilitó -a partir del siglo XVI- la transmisión oral del romancero tradicional y la comprensión de lo transmitido por parte del populacho. Aquellos poemas narrativos que tenían su origen en el cantar de gesta medieval y rima asonante, trataban asuntos religiosos, amorosos o históricos, acontecimientos caballerescos o incluso basados en la realidad, representativos por lo general de un modelo de valores y de una escuela de costumbres. Acompañados de una representación iconográfica de lo narrado, como eran los grabados sobre papel, pasaron a recitarse en las calles y plazas más concurridas, de la mano de invidentes y tullidos.


Esta modalidad literaria, también conocida por 'romances de ciego', desapareció en el último suspiro del siglo XIX y comienzos del XX, coincidiendo con la generalización y el abaratamiento de la prensa escrita. Y coincidiendo, también, con la aparición del cine, donde aquellos recitadores cedieron el testigo a sus parientes profesionales más próximos: los explicadores cinematográficos y los denominados 'comentaristas de linterna'. Figuras que excedían las funciones del empleado de sala, aunque sin alcanzar el rango del artista, cuyo cometido era interpretar imágenes entonces mudas y carentes de subtítulos; dar vida a lo que otros sólo alcanzaban a ver; mediar entre un público expectante y una película incompleta; hacer comprensible lo que pudiera resultar incomprensible; y, en definitiva, favorecer el máximo disfrute del personal. Reclamos decisivos a la hora de atraer espectadores que, de algún modo, parece haber resucitado la última remodelación de carteras ministeriales de nuestro Gobierno, donde comunicar emerge como el mínimo común denominador. Apunto, por último, que nuestra cinematografía fue precisando poco a poco de los explicadores. Los utilizó en todos los géneros. Y, finalmente, los fue arrinconando, hasta hacerlos desaparecer. Cosa que sucedió cuando el cine dejó de precisar de explicaciones que no estuvieran contenidas en la propia pantalla.

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