Opinión

ANCIANOS, ¡QUÉ MANÍA DE SOBREVIVIR!

Ya están aquí. Ya tardaban en hacerse oír, pero al fin han hablado. Los sabios se han reunido, se han estrujado la mollera, y tras arduas deliberaciones han diagnosticado uno de los mayores males que acechan a nuestro querido país: nuestros viejos viven demasiado. Sí, hoy la tercera edad se ha convertido en cuarta o quinta, palma demasiado tarde, y eso, amigos míos, no hay dios que lo aguante. Esos ancianos que ahora se empeñan en hacer gimnasia para mayores, en acudir a talleres de pintura, o de ajedrez, o de manualidades para que sus neuronas sigan lúcidas, esos vejestorios que se levantan temprano y se enfundan un bañador y un gorro para nadar unos largos en la piscina municipal (los gimnasios privados no están al alcance de sus modestos, pero inasumibles retiros), se han convertido en uno de los principales enemigos de la cuadratura perfecta de las cuentas públicas del Estado. ¡Malditos viejos! ¿Hasta cuándo habremos de pagaros vuestras pensiones? ¿Hasta las ochenta o noventa años? ¡Habrase visto semejante desfachatez! ¡Moríos de una puñetera vez! ¿No veis que vuestra irritante longevidad hace añicos las previsiones de Bruselas? ¿No os dais cuenta de que vuestra esperanza de vida es la desesperanza de la hacienda pública, incapaz de generar los recursos para cumplir con vuestras pagas? Para el Gobierno sois un lastre, un conjunto de garrapatas adheridas a la piel de toro español; consumís medicinas que cuestan dinero; de vez en cuando ingresáis en hospitales públicos por algún achaque propio de la edad, pero en lugar de salir de allí para la morgue, que sería lo suyo, volvéis a vuestras casas hechos casi unos pimpollos, y ¡venga de nuevo a cobrar la pensión a fin de mes! ¡Así no hay quien aguante! Por vuestra culpa las futuras generaciones no podrán retirarse hasta los setenta años, por lo menos; por vuestra culpa los que hoy tienen la suerte de trabajar tendrán que empezar ya a contratar planes privados de pensiones con bancos o compañías aseguradoras, que ya se están frotando las manos, y que han enviado a algunos de sus gurús al comité de sabios que os ha señalado con el dedo acusador; por vuestra culpa, por vuestra grandísima culpa, el gasto social se dispara, se descontrola y hace añicos la sostenibilidad. Así caiga sobre vuestras conciencias la destrucción del estado de bienestar.


Ya, ya sé que vosotros también trabajasteis duro en épocas pasadas; que muchos de los que ahora disfrutáis del modesto descanso que os permiten pensiones igual de modestas, fuisteis niños de la postguerra que pasasteis auténticas calamidades en una España de hambre y de miseria; que también fuisteis emigrantes, sin más bagaje intelectual que la sabiduría que nace del instinto de supervivencia; que desde allí mandabais todos los meses dinero para que los que aquí os añoraban pudiesen comer caliente; y que al final regresasteis a vuestra tierra porque tira mucho la sangre y el paisaje de la niñez que tantas noches os hicieron llorar al recordarlo. Todo eso es cierto, pero ahora, queridos ancianos, debemos pediros que os muráis cuanto antes. Que el descanso que os habéis ganado deslomándoos se convierta de una vez en eterno. Es el último sacrificio que os pide vuestra querida patria.


¡Cuánta sabiduría junta! ¡Y cuánta maldad! ¡Qué fácil es cargar las culpas sobre las ganas de vivir de nuestros ancianos! ¡Y qué difícil es no cabrearse al escuchar que mi futura pensión depende de lo que duren los que han dedicado su vida a que todos tengamos una formación, aunque a algunos esta solo les sirva para escupir sabias estupideces!

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