Opinión

Chámalle parvo

El otro día vi en Facebook una publicación en la que se comparaba el número de ediciones que de esa bazofia televisiva llamada Gran Hermano (GH) se había proyectado en España, Francia, Bélgica y Holanda. Y al tiempo, como si ambos parámetros fuesen directamente proporcionales, se analizaba la tasa de abandono escolar en esos mismos países. El resultado era muy llamativo: en España llevamos 16 años soportando ese infame programa, mezcla chabacana de sesos sin neuronas y de cuerpos hinchados, hartos de silicona y esteroides, todo ello bajo la batuta de una histriónica Mercedes Milá, que hace tiempo se decantó por el suculento caché antes que por el prestigio de la excelente periodista que un lejano día fue. Pues bien, en nuestro país la tasa de abandono escolar es del 26%; en Bélgica, donde GH solo “aguantó” 4 ediciones, esa tasa es del 9%. Y en Holanda tenemos 5 años de GH y una tasa de abandono del 2%.

¿Casualidad? Puede, pero no me digan que la coña no tiene su lógica: cuantos más jóvenes estén pegados al televisor atentos a las sandeces de una panda de becerros descerebrados, a los que además les pagan una pasta por presumir de su ignorancia, muchos más querrán emular las “hazañas” de los concursantes. ¿Por qué dejarse los cuernos para acabar una carrera, después una oposición o unos carísimos cursos de postgrado y aprender uno o varios idiomas para, al final, partirse el lomo en un trabajo de mierda por 800 napos al mes, si puedo tentar a la suerte y acudir a uno de esos castings en los que se elige a la más choni o al que la pueda liar más gorda dentro de la casa? Entrar en ella y empezar a soltarte billetes es todo uno; y aun después de tu expulsión te siguen pagando por acudir a programas bazofia y a bolos de discotecas arrabaleras.

Claro que pocos, muy pocos serán los tocados de la diosa fortuna y alcanzarán el culmen de su carrera: sentarse a la vera de Belén Esteban en un plató, reírle las gracias y secarle las lágrimas que chorrean el rímel por la cara apestada de silicona, mientras se pierden en sueños húmedos con ella en la cama para luego vender esas vergüenzas al ínclito Jorge Javier. Y sí, claro, sé que no es un trabajo de postín ni hábil para aspirar al Nobel; pero, colega, ganar pasta sin currar es la hostia, y si además te paran las churris por la playa cuando vas paseando con tu braga náutica luciendo pectorales depilados, eso no hay novela ni universidad que lo pague.

Decía hace unos días a mis amigos que mientras, año a año, Gran Hermano siga en pantalla, creer en que nos merecemos en este país algo mejor es casi un acto de fe. Porque lo fácil es echarle la culpa a este programa, y pensar que es Tele5 la que nos mete por los ojos esa basura. Pero esto nos convertiría en marionetas cuyos hilos manejan los gurús de la mercadotecnia, y casi estaríamos exentos de responsabilidad. Sin embargo lo tristemente cierto es que, si ya vamos por la 16ª edición de GH, es porque hay audiencia fiel a esa carnaza, lo que dibuja un panorama aciago entre nuestra juventud. ¿A qué, si no, el éxito de ese programa? Por tanto, busquemos la culpa en nuestro propio ombligo y pensemos si nos merecemos o no algo mejor.

Les cuento esto porque acabo de leer que ese otro personajillo conocido como “el pequeño Nicolás” va a cobrar por su participación en Gran Hermano Vip una cifra que ronda los 21.000 euros a la semana. Una sencilla extrapolación de esa cifra nos daría un sueldo anual de 1.095.000 euros. ¡Venga, hombre, no se extrañen!; en un país donde la cultura media es escandalosamente pobre, y donde poco o nada se hace para remediarlo, que este friqui cobre tal millonada es la prueba palpable de que la causa está, definitivamente, perdida. Por tanto solo resta decir: chámalle parvo ao rapaz.

Te puede interesar