Opinión

Ciudadano y político ejemplar

Nunca me ha gustado su cara; ni siquiera cuando era considerado por sus superiores como un “político y ciudadano ejemplar”, algo al alcance de muy pocos, pues si ya es ardua tarea ser un ciudadano ejemplar, no les cuento si uno además ejerce cargo político. En este caso la ejemplaridad es la suma virtud, por preciosa y escasa. Pero repito que ni por aquel entonces me gustaba su semblante, su rictus déspota y su presencia altiva, más propia de la policía secreta del régimen franquista que de un fiel servidor público en tiempos de democracia. Aunque, bien mirado, esa presencia chulesca casaba bien con su conducta caciquil mantenida durante tantos años en su feudo particular, en su cortijo mediterráneo, donde si había que hacer aeropuertos para el esparcimiento y paseo de sus vecinos a salvo del molesto tráfico aéreo, quién era él para impedirlo. Ciudadano político y ejemplar, decía de él su partido. Pero hace años empezó a ser investigado por la justicia, porque eso de que cada año le tocasen muchos millones en la lotería de navidad era un pelín sospechoso. Les juro que a mí hace mucho que no me toca ni la pedrea. Pero él sí, él era tan agraciado que por la calle sus vecinos le frotaban los décimos en la espalda para ver si también quedaban tocados por la diosa fortuna, aunque eso sonase a cuento chino. Y aunque ya estaba imputado por delitos fiscales y prácticas corruptas, seguía siendo a ojos de algunos, un ciudadano y político ejemplar. Mas llegó el día en que unos jueces (algunos malvados dicen que a regañadientes) no tuvieron más remedio que condenarlo por evadir durante años muchos cientos de miles de euros a usted y a mí, pues aún se nos sigue diciendo que Hacienda somos todos. Cuatro años de cárcel y una millonada de multa. El tipo recurrió hasta donde pudo, y mientras lo hizo siguió siendo, es cierto que ya con la boca pequeña y en voz muy baja, un ciudadano y un político ejemplar. Así hasta que esa condena devino firme e inmutable. En ese momento, los que lo defendían optaron por rehuir el tema, como si solo lo conociesen de vista, como si su saga familiar de repente hubiese desaparecido de los anales de la diputación castellonense. “¿De quién me habla usted? ¿De Fabra? ¿De Alberto Fabra? Ah, no, de Carlos Fabra, dice... bueno, yo solo digo que respetamos escrupulosamente las decisiones judiciales y que estamos siempre dispuestos a colaborar con la justicia. Ahora, si me disculpa...”. Y el interpelado se aleja del micrófono maldiciendo las veces en que puso su mano en el fuego y se abrasó la piel, por defender a un personaje que encarna una manera tan rancia y caciquil de entender la dedicación a la cosa pública.
Pero hete aquí que el otrora poderoso e intocable se ha vengado ahora del ostracismo forzoso al que sus correligionarios lo han condenado, y ha puesto encima de la mesa de los mismos que no hace mucho lo consideraban ese ciudadano y político ejemplar, una petición de indulto para evitar mezclarse con la chusma que puebla las cárceles españolas. Y es que una familia que ha dominado a su antojo el cortijo provincial desde tiempos inmemoriales no puede permitirse tal mancha en su inmaculada alcurnia. “¡Desagradecido! ¿Cómo osa poner en tal brete a un gobierno que tanto hizo por él, que tan a sus anchas lo dejó campar por aquellas tierras donde pudo dar rienda suelta a su megalomanía? Además, ¿qué son cuatro años entre rejas, si al final se convierten en dos y medio? El que la hace la paga (¡quién me ha oído y quién me ha de oír, rediós!); y como dijo su hijita en el congreso de los diputados (vaya sofocón nos hizo pasar, por favor), ¡que se joda!
PD.- No dejen de leer las razones en que apoya su petición. Genio y figura.

Te puede interesar