Opinión

Efectos indeseados

Es la cara más cruel de la crisis. Y también, aunque parezca mentira, la más desconocida. Según un estudio de especialistas en salud mental, en el año 2014 en Galicia decidieron quitarse la vida 390 personas. Más de una al día. O lo que es lo mismo, casi 13 personas por cada 100.000 decidieron en un momento dado que no merecía la pena seguir en este mundo. Ahora hagan una sencilla composición de lugar, piensen en esta pequeña encantadora ciudad de 107.000 habitantes, y aplíquenle la anterior regla: como promedio, catorce personas al año se suicidan aquí, no sería demasiado extraño que en esta gran parroquia alguno de nosotros conociéramos, siquiera fuera de oídas, a alguno de esos desesperados.
Estos son datos fríos, puramente estadísticos, que a veces nos cuesta creer o asimilar. Sí, parece increíble que Galicia, este tierra de encanto que embruja a quien la visita, que embauca a quien cata sus gentes, sus mares y montañas, que se incrusta en el corazón de tal manera que aun en los peores días de la emigración siempre fue motivo de orgullo de la gente que la tenía que dejar atrás, abandonando sus ríos y sus fuentes, como dice el cantar...; digo que cuesta creer que esta tierra hermosa sea la segunda comunidad autónoma con la tasa más elevada de suicidios, por detrás del Principado de Asturias, según datos del Instituto Nacional de Estadística.


Piensen, en fin, para abarcar la inmensidad de esa tragedia, que entre nosotros hay más muertes por suicidios que por accidentes de tráfico; es curioso, cuando alguien coge un coche para hacer un viaje nos entra el desasosiego por la certeza del riesgo que siempre implica circular por carretera; y solo recuperamos la tranquilidad cuando recibimos la llamada que nos dice que han llegado al lugar de destino. Y sin embargo, ¡qué lejano y extraño a nuestra propia condición nos parece aquel otro riesgo para la vida!
¿A qué achacan los expertos esta repunte en la tasa de suicidios? Estos coinciden en señalar que la crisis económica (sí, esa crisis de la que algunos dicen que es agua pasada), el paro y los duros recortes sociales en el sistema de salud pública han contribuido al aumento del número de suicidios en Galicia. Y es que siempre habrá alteraciones mentales que hagan de mecha que desencadene la decisión mortal; pero junto a estas causas, cómo decirlo, endógenas, están esas otras externas que llevan a la desesperación al que no tiene un techo bajo el que guarecerse, al que se ha quedado sin trabajo, al que sus hijos le imploran llorosos el pan que ya no les puede dar, al que ya no ve más salida que la (¿cobarde?, ¿valiente?) decisión de quitarse la vida. Estas muertes sí son víctimas inocentes del gobernante, de ese que un día tomó nefastas decisiones sobre la economía, y de paso sobre el trabajo y sobre la vivienda, y también de paso sobre la salud; ese que despreció las políticas sociales, que impuso recortes salvajes en prevención y salud, ese es el responsable de estas muertes desoladoras.
¿Qué hacer ante tanta tragedia? Pues usted y yo llenarnos de optimismo, encarar la vida como quien recibe el mejor regalo, minimizar la tristeza y agrandar la alegría que subyace en el sencillo gesto de respirar; disfrutar de lo que se posee en lugar de rabiar por lo que no se pudo conseguir. Y sobre todo vivir, más que sobrevivir. Los otros, esos desalmados que han destrozado la vida de tantas personas, esos son los que han de poner remedio a los males colectivos. Pero solo lo harán cuando su conciencia, si es que la tienen, les llame a la cara “culpables” por fomentar estos efectos indeseados, y así les impida una y otra noche dormir. Solo entonces puede que reaccionen y asuman su gran cuota de responsabilidad.

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