Opinión

Estrategia de defensa

Qué difícil es a veces para algunos entender en qué consiste la profesión y el cometido de cada cual! Y desde luego, ¡qué ingrata e incomprendida es a veces la profesión de abogado! Nadie en su sano juicio osa criticar la opinión del médico al emitir un diagnóstico; como mucho, en casos graves o desesperados, querrá recabar una segunda opinión, aferrándose a cualquier hilo de esperanza. Así tampoco el arquitecto sufrirá el escarnio del público llano por la colocación aquí o allá de las vigas maestras; qué se yo dónde han de ir cada una de ellas; los neófitos podremos criticar la estética de un edificio, su ropaje o su funcionalidad, o la ausencia de ella, pues para esto no hace falta ser perito en la materia.

Contemplen si no el espantoso­ nuevo edifico judicial de Ourense, un monstruo, un despropósito ético, estético y funcional. Para criticarlo no hace falta ser Frank Gehry, sino que basta con la autoridad que da el sentido común. Mas otro día volveremos sobre este monumento al mal gusto. Quiero ahora insistir en la idea de que, así como la opinión profesional de científicos, investigadores, técnicos o médicos no es rebatida por quien no se gana la vida en esas lides, sin embargo en este curioso país de extremos todo dios se permite criticar la labor “científica” del abogado (y si además juega la selección de fútbol, todo menda se erige en seleccionador).

Será inútil todo empeño en desterrar tales manías. Y es verdad que en esto de la abogacía los peor parados son los penalistas. Si alguna vez te ha tocado defender a un acusado de homicidio, asesinato, agresión sexual, robo con violencia o similar, y si -¡ay, cómo pudiste!- has formulado escrito de defensa negando los hechos, y además has sostenido que tu cliente es, ¿lo dudan?, inocente (pese a que la culpa se le desparrame por la piel), para muchos te convertirás casi en un cómplice de tal asesino o malhechor, y hasta habrá quien te escupa a la cara eso de “¿cómo tienes el cuajo de defender a esa escoria?”. De nada servirá que apeles al derecho de defensa, a la presunción de inocencia, al in dubio pro reo o a que, hasta el más vil y cobarde ser humano, tiene derecho a un juicio justo. El abogado será fagocitado por la personalidad del acusado, y éste y aquél serán solo uno.   

 
Ello viene al caso del escrito de defensa presentado por los abogados de la infanta Cristina en el caso Nóos; como era de esperar, la estrategia jurídica (así lo habría hecho también el más humilde y trabajador abogado de oficio, y casi gratis) pasa por negar el conocimiento por la infanta de los papeles que le ponía para firmar su esposo. El amor es así de ciego y confiado. ¿De qué se asombran algunos ante tal alegato, en nada criticable si de defender al cliente se trata? No cabe otra opción, sea cual sea la verdad más íntima. Y ante la mínima duda, la infanta, si es juzgada, será absuelta.


Pero claro, también puedo entender el enojo de quien, ajeno a estas artes, lea que la defensa de la infanta se escuda en su “intensa vida personal, institucional y profesional”, y en el cuidado de sus cuatro hijos, para sostener el desconocimiento de cuanto concernía a su economía familiar. Pienso entonces en esas mujeres, heroínas, con varios hijos a su cargo, sin la cohorte de ayas y mayordomos, en sus jornadas agotadoras e interminables, en casa y fuera de ella, en esas que son amas de casa, economistas, emprendedoras, educadoras, madres, esposas, todo a la vez, y aun así nadie les birla un euro, pues su vida no está para dispendios; y pienso luego en la ignorancia feliz de la infanta, con su vida resuelta. Y entiendo que esas heroínas, al leer tal defensa, clamen al cielo. Y como las comprendo perfectamente, no gasto energías en rebatirles su enojo, pues en el fondo llevan toda la razón.

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