Opinión

PARECE, PERO NO LO ES

Aveces las cosas se parecen, pero no son iguales. Puede que el matiz o la diferencia sea en ocasiones muy sutil, casi imperceptible, y por eso pasan desapercibidas al ojo o mente del más avispado; en esos casos es creíble la buena fe de quien confunde ambos conceptos o ideas, pues la infalibilidad no se ha de predicar de nadie (pese a que tantos parecen pavonearse de tal cualidad por los estrados políticos). Sin embargo en otras ocasiones no es difícil apreciar la distinción, y a quien no la reconoce lo guía el único ánimo de engañar, por pura maledicencia, sabiendo de antemano que una cosa es distinta de la otra, movido por el propósito de confundir al respetable, a quien, por otro lado, poco parece respetar, pues lo tacha de antemano de imbécil o ignorante al confiar en que el embuste cuaje. Para que me entiendan, a un lego en derecho se le podrá perdonar que confunda la figura de la caducidad con la de la prescripción (no es objeto del presente artículo clarificar ambos términos), pero casi todos saben que una cosa es absolver a alguien del delito por el que se le acusaba porque pudo demostrar su inocencia, y otra no poder condenar al delincuente (al que metió la mano en la caja, al que trincó la pasta y se la llevó a su casa) porque cuando le pillaron había ya transcurrido con creces el plazo de prescripción de ese delito. A veces esa alegación es la única baza de los abogados defensores de los encausados. Y si es así al juez no le queda otra que acordar el archivo de la causa, por muchas pruebas que hubiese para acreditar su culpabilidad. La hizo, pero no se le pilló a tiempo. Punto y final.


Últimamente me he topado con curiosas 'confusiones' en la escena pública; y son tan burdas que, o bien revelan la ineptitud del confundido, o bien son un claro ejemplo de que nos toman por burros y nos quieren hacer copartícipes del engaño, hasta el punto de que crean innecesarias más explicaciones, aunque estén en juego caudales públicos o se investigue la conducta de dirigentes que ejercen cargos también públicos. El caso es soltar la machada y acallar al personal, que ya vendrán después los lameculos a dar por buena la respuesta. Y aquí paz y después gloria. Eso debe pensar, por ejemplo, doña Ana Mato cuando dice que no es responsable de los actos que realice 'otra persona'. ¡No, claro!, de lo que hace el de la esquina no le hemos de pedir explicaciones, pero si esa otra persona es su marido al que está unida por un régimen llamado sociedad de gananciales (lo tuyo es mío y lo mío tuyo, cariñín), la cosa cambia, ¿no cree? Pero vaya, seguro que se confundió de persona, no pasa nada. Como también se confunde cuando niega que recibió cositas de la trama Gürtel porque un juez archivó el asunto. ¡Ay, ministra!, que lo que pasó es que el juez entendió que había prescrito el presunto delito, no que usted no lo cometiera. No se preocupe, le pasamos esta segunda confusión, aunque su cargo de ministra merezca mayor dosis de clarividencia. Pero para confusiones la del dinero A y el dinero B. ¿Hay algún descerebrado en este país que a estas alturas pueda pensar que lo que se ingresa en negro chamizo se incluye en la declaración de la renta? Parece que sí, pues los políticos se han enzarzado en una carrera para ver quién la enseña antes y comprobar quién la tiene más pulcra. Como si nos creyésemos que en esos desnudos está la chicha.


Creer que eso es un ejercicio de transparencia es tanto como pensar que Urdangarín iba por libre en sus negocios, sin que esa 'otra persona' se enterase de que el sueldo de ambos no daba para comprar casitas millonarias. Pero puede que aquí todos se confundan de buena fe. O puede que nos tomen por gilipollas. A saber.

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