Opinión

PITIDOS

Hoy se celebrará la final de la Copa del Rey de fútbol entre el FC Barcelona y el Athletic de Bilbao. En representación de la Casa Real se espera que acuda el príncipe Felipe, pues su padre anda aún convaleciente de las secuelas que le dejó su última (que se sepa) escapada a África, y la coña, de presentarse él, podría ser de agárrate, si se escuchase entre el público gritos como '¡Dispara!, ¡Dispara!', o '¡Vaya tiro!, ¡Qué puntería!', o incluso '¡Que no se escape!'. Imagínense. Así que acudirá su hijo al evento, aún milagrosamente a salvo de las andanzas que últimamente salpican a su Casa. Por tanto, todo está listo para que el Vicente Calderón acoja la gran fiesta del fútbol español, según dicen. Y como la cosa pinta mal para algunos por eso de que acuden hinchas nacionalistas de ambos bandos, y se espera pitada al escuchar el himno, le ha faltado tiempo a nuestra Juana de Arco particular, señora Aguirre, para soltar lo de que, si a algún antipatriota se le ocurre pitar durante el himno, se suspende el partido y se celebrará a puerta cerrada. A eso se le llama calmar ánimos y no azuzar rescoldos. A eso se le llama mesura y despolitización. Con la que está cayendo y nos liamos con estas lindezas.


Supongo que muchos de ustedes habrán acudido alguna vez a un campo de fútbol; y que lo habrán hecho acompañados de sus niños, deseosos éstos de observar en acción a sus jugadores favoritos. Y también estoy seguro de que han escuchado en la grada al típico gárrulo gritar de todo menos bonito al árbitro y al jugador del equipo rival, porque le sale del mismísimo cimbel. ¿Respeto por el contrario? ¿Espíritu deportivo, como proclamaba el barón de Coubertin? ¡Quiá!, muchos van al fútbol a desahogarse y a soltar por la boca sapos y culebras, porque no pueden hacerlo en casa o en el trabajo, si aún lo conservan. Y no se equivoquen, esto no pasa solo en los partidos de fútbol profesional; también hay algún asno disfrazado de padre que va a ver su pobre chaval que juega en fútbol escolar, y que en lugar de animar grita y rebuzna, para sonrojo de los demás y vergüenza de su propio hijo, que debe pensar en ese momento 'trágame tierra'. Quiero decir con esto que hoy por la noche veremos un partido de fútbol, para bien y para mal, con todas sus pasiones y desenfrenos, con corazones al borde del infarto y, si se tercia, con las normas de educación y cortesía aparcadas en casa.


¿Pretendemos, en ese estado de cuasi paroxismo en que se encontrarán algunos en el campo, incluso los que abogan por la independencia, que a las primera notas del himno se cuadren y lo escuchen con respetuoso silencio hasta la última nota? Que yo sepa ni se ha exigido a esos equipos un certificado de españolidad antes de inscribirse en la competición, ni tampoco a sus aficiones una declaración jurada o promesa de silencio sepulcral durante el himno. Y sin embargo todos sabemos de antemano de qué pie cojea cada uno. Y es que a la pasión innata y muchas veces insana que despierta el fútbol se une la connotación política que todos (los unos y los otros) no se cansan de insuflar al deporte. ¿O es que le son ajenos a los poderes públicos la ideología y símbolos nazis o fascistas que se exhiben a veces en determinados fondos de campos de equipos mundialmente famosos? Energúmenos los hay en uno y otro bando, aquí, en Madrid, en Bilbao, en Barcelona y en la Chimbamba. Siempre los habrá. Y si cuando entre en el campo el príncipe algunos pitan, qué quieren que les diga; que aguante estoico, pues bastante ha robado a todos los españoles algún miembro de su querida Casa. Pero dejemos esto, que tan solo es fútbol.

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