Opinión

El adiós más caro

Decía Fabián Estapé, profesor de cabecera de varias generaciones de economistas, piedra angular para que España dejase atrás la autarquía durante el franquismo y socialista de rosa en el ojal de la chaqueta: "Los bancos te sacan hasta los mocos". Cuando presidía la patronal gallega, Antonio Fontenla apuntaba en una línea parecida tras estallar la última crisis con la caída de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de Estados Unidos, en septiembre de 2008: "Ahora entras en un banco y no te dan ni la mano". El cliente acaba siendo el primo, tanto si le sacan como si no le dan cuando más lo necesita para mantenerse a flote durante la marejada. Estas sabias reflexiones surgidas durante conversaciones informales regresan al presente al decidir el chófer de anécdotas emprender un proceso de reestructuración bancaria personal. La tarea era sencilla como una resta de una cifra por los dedos; se trataba de cerrar las cuentas abandonadas como un abrigo viejo en el desván que siguen devorando comisiones de mantenimiento, tarjetas y servicios varios e ininteligibles... Acabar con los gastos hormiga, que dicen los economistas que saben. Y te presentas resuelto en la oficina de tu entidad bancaria creyendo que Estapé y Fontenla exageraban para provocar la carcajada del personal, pero al concluir la gestión te das cuenta de que con la banca poca broma. 

La mujer que atiende detrás del mostrador anuncia que en la cuenta hay 17 euros. Excelente noticia cuando estás convencido de que te van a sacar el color rojo por la mopa o algún producto que pagas sin hacer preguntas y en ocasiones ni sabes que los has contratado. Cierras la cuenta y te vas con unos eurillos para tabaco y el desayuno. Pero la empleada cambia el gesto al escuchar la reflexión en voz alta. "Qué curioso, nunca me había pasado". El gesto salta el mostrador para situarse en el careto de cliente. "El ordenador dice que queda todo a cero. Tenías 17 euros y la comisión por la cancelación es justo de 17 euros". Firmas y te vas con paso resignado como cuando a un abuelo, que en Galicia es de la clientela que más abunda, le dicen que para actualizar la libreta o sacar menos de 600 euros hay que dirigirse a una máquina. Resultó el adiós más caro y no dieron ni la mano. 

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