Opinión

Quedará la mascarilla

La profusa y confusa normativa para contener la pandemia de covid podría haberse ahorrado si se confiase más en la responsabilidad del personal en vez de someterlo a tutela bajo la amenaza de multa. La incidencia acumulada desdice cada día a las comunidades autónomas que dedicaron tiempo y energías a quejarse por la falta de herramientas legales para controlar a la peña con el final del estado de alarma. El Supremo acaba de reconocer que se puede restringir la movilidad en caso de "extraordinaria gravedad y urgencia", según recoge la Ley de Salud Pública de 2011, siempre y cuando las limitaciones sean "temporales y proporcionadas". Y en este punto no entra el control del botellón, que ya era un quebradero municipal antes de la pandemia, con un suasorio toque de queda.  

El miércoles pasado se levantó en Nueva York la obligación de llevar mascarilla en espacios públicos para los vacunados, con las excepciones del transporte público, hospitales, cárceles y geriátricos, pero la gente prefiere continuar con el tapabocas por lo que pueda pasar. Podría tratarse de una excentricidad de los neoyorquinos, pero por estos pagos se respira la misma sensatez. Una encuesta de Sigma Dos publicada ayer por El Mundo indica que el 68,4% de los españoles aboga por mantener el uso de la mascarilla al aire libre. Resulta curioso que sólo el 26,3% de los consultados entre 18 y 29 años se muestre partidario de prescindir del bozal en el exterior. 

El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, y el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, han sido de los primeros en sugerir que los paseos este verano podrán ser sin embozo. Para algunos, entre los que se encuentra el perpetrador de esta columna, la obligación de la mascarilla al aire libre genera un efecto contrario al pretendido. Durante un tiempo resultó habitual ver a la gente despojarse con alivio del tapabocas nada más llegar al bar cuando lo lógico sería protegerse en ese momento. Con la vacunación avanzando a buen ritmo no sería descabellado levantar ya todo tipo de  restricciones, incluso acelerar la apertura del ocio nocturno que ayudaría a secar el botellón y cuya decisión depende del Gobierno central. La mascarilla quedará. 

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