Opinión

Comidas navideñas

En la antigua Galicia rural, cuando llegaba la Navidad, al comienzo del invierno, las artesas de los labradores todavía se podían abrir con gozo. Restaba todavía buena parte del centeno o maíz recogidos al finalizar el verano y no faltaba tampoco compango, pues la matanza del cerdo acababa de verificarse. Y el vino nuevo estaba ya dispuesto.

“Noche de Navidad, noche de gusto y placer”, proclama un antiguo villancico que se cantaba en Castrelo de Miño. En las aldeas, todos los miembros de la familia procuraban juntarse esa noche para cenar. Se creía que también las ánimas de los difuntos de la familia acudían a calentarse en la lareira y a cenar con sus familiares vivos. Según Murguía y Fraguas, era muy habitual que el día de Navidad se dejaran puestos vacíos en la mesa para ellas. Risco constató que, en muchas otras casas, se disponía para ellas una mesa provista de alimentos y dulces navideños. Tampoco era inusual que en tal fecha se dejara la mesa sin recoger para que las ánimas que deambulasen por allí. En esto insiste Carmelo Lisón, señalando que, en la cena de Navidad, se dejaba para las ánimas la mesa puesta, con restos de los platos consumidos.

Antiguamente, por ser Nochebuena día de vigilia, se hacía una cena que se denominaba de colación, con platos de pescado y lacticinios. El bacalao era el plato típico, preparado de diversas formas, aunque predominaba en guiso con patatas. Este plato volvía a enseñorearse a veces en la cena de fin de año. Pero no hay que olvidar que la alimentación rural antigua estaba muy condicionada por los productos de la estación. La coliflor y el repollo estaban disponibles en este tiempo, las dos eran compatibles con la antigua vigilia y ambas compaginaban bien con el pescado teleósteo. No resulta, por lo tanto, extraño que, al lado del clásico acompañamiento de patatas, nos encontremos en la mayor parte de Galicia con dichas berzas, navideñas por derecho propio, en fraternal hermandad con las “cazuelas de bacalao”.

En los hogares de postín, de estilo más urbano, están muy presentes -desde hace cinco o seis décadas-, los mariscos, pescados frescos de calidad (lenguados, besugos, etc.) y algunas carnes cotizadas, como podía ser la de cordero.

En materia de dulces, era típico de algunas zonas la sopa borracha, cocida en el pote con pan y vino tinto, añadiéndosele azúcar y miel. Esta especialidad se asemeja mucho a la “sopa de navidad”, que se hacía disolviendo onzas de chocolate en vino tinto, hasta que hervía y se disolvía el dulce. La servían en tazas en compañía de pan y azúcar. En otras partes, lo habitual era preparar torradas, mediante recortes de pan mojado en leche que después se freían con manteca y se les espolvoreaba azúcar. Había algunas localidades que disponían de especialidades reposteras muy características, muchas de las cuales perduran: los “roscones de cazo” y los almendrados, en Allariz, y la tarta de almendra en varios lugares. La dieta del clero era antiguamente, por cierto, muy privilegiada. Y no desdeñaban tampoco las golosinas. Aparecen bien documentadas las filloas en un foro de San Pedro de las Rocas, del año 1229. Los labradores, pagadores de foros, debían entregarles una buena cantidad de sartenadas de filloas cada año, precisamente en la época de Nadal. Las casas campesinas tenían que ser obligatoriamente más austeras, pero al menos podían regalarse con higos pasos, nueces y avellanas. Frutos secos y castañas las había en muchas casas, y con frecuencia también pasas.

Por lo que se refiere a las bebidas, era “de mucha usanza”, desde tiempos medievales, el vino con miel y el “vino arropado”, y en el S. XIX, el licor café y la caña. Los más afortunados, en particular en los pazos, rectorales y hogares del Ribeiro y Valdeorras, podían disfrutar de algunas copitas de excelso vino tostado.

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