Opinión

El traje nuevo del Rey

Viajar en el tiempo al pasado es imposible aunque Albert Einstein lo haya formulado y la mecánica cuántica esté sembrando dudas. Me quedo con quienes han intentado poner la fantasía científica en orden enunciando “la paradoja del abuelo”, los mismos que al madrugar estas semanas y asomarse a las ventanas de la televisión han debido de frotarse los ojos temiendo haber rodado por los túneles del tiempo y caído entre las naftalinas de un museo medieval o barroco viviente. Coronaban a Carlos III de Inglaterra, ya reinando desde el fallecimiento de su longeva madre ocho meses atrás, para mayor gloria de un espectáculo tan anacrónico como patético. A la puesta en escena acudieron unos dos mil invitados, incluidos el rey de España y la reina consorte, sin ruborizarse ni sentir vergüenza. Sin palparse los bolsillos por los gastos con los que corremos la ciudadanía, no súbditos, del mundo y de este rincón peninsular, algún día republicano.

No me pudo la tentación para reírme de esa secuela de “Juego de tronos” pero no pude evitar los ecos en mis oídos por el vergonzoso empeño de los medios de comunicación en hacerles el juego y engordarles el arca del tesoro particular. Ya ni los reyezuelos africanos se prestan a una parodia del pasado semejante. No se asoman a la resurrección de los mitos usados durante siglos para deslumbrar al pueblo ignorante: carrozas doradas, coronas de oro, diamantes y piedras preciosas, unción con aceite de Jerusalén, cuchara del siglo XII, armiño de animales de granja, piedra simbólica escocesa sobre la que asentar las posaderas antiautonomistas… Estos personajes siguen representando la farsa de los privilegios emanados de los dioses, también inventados para amedrentar a las almas cándidas.

Sí, estoy indignado y espero que se note. No entiendo hasta qué punto la monarquía de nuestro país, allí presente, debe someterse al protocolo de una pantomima semejante, como tampoco he logrado aceptar que la princesa de Asturias acuda a estudiar a un colegio clasista de aquel reino acartonado y antieuropeo. Políticamente no debemos aceptar estas situaciones ni por cuestiones puramente de amistad o incluso familiares entre los protagonistas de semejante retablo del bochorno. 

Felipe VI y Letizia -ensaladera de la cabeza incluida- ganan espacio en las revistas del corazón con estas actuaciones pero pierden el respeto ciudadano que merecen por el cargo y la modernidad a la que se deben. Además, tenían una excusa fantástica para declinar la presencia en el evento. El mismo sábado el monarca debía asistir y entregar la Copa del Rey de fútbol en Sevilla al triunfador del encuentro entre Real Madrid y Osasuna. Debía, además, aguantar estoicamente y de buen humor la pitada tradicional de los aficionados del norte. Tenía la obligación de hacerlo descansado y no con dos mil kilómetros a las espaldas, dejando a la reina en casa, yendo al trote y generando al tesoro público un desembolso no cuantificado. ¿Imaginan el gasto de semejante logística? Y, además, la jornada debió de superarla con Red Bull en vena. ¡Pobre hombre! Aunque ya se sabe, sarna con gusto no pica.

Como no les picaba el armiño a Camila y Carlos siguiendo todos los pasos de la escaleta televisiva, ilusionados y enamorados de ellos mismos, representando la fábula de “El traje nuevo del Emperador” con absoluto entusiasmo. Por fortuna, el mundo ha visto la suprema desnudez de las monarquías, ancladas en el pasado remoto al que nadie con visión de futuro se le ocurre viajar. Quizás Einstein no estaba tan equivocado, la relatividad existe.

Te puede interesar