Deambulando

Fronteras que no lo son para uno y otro amigo

Una montañera señalando el flanco oeste del Penedo de Anamâo, en Castro Laboreiro.
photo_camera Una montañera señalando el flanco oeste del Penedo de Anamâo, en Castro Laboreiro.

Unos días de desbarre interfrontero te sumergen en lo que ya no se percibe como tal, por la facilidad de su traspaso. Rebecos, corzos, cabras montesas y de todas las especies animales que se asientan allí donde oportunidades se le ofrecen o vagan de acá para allá, ignorantes de las líneas estatales que construimos, así que cabras o corzos criados que fueron en los cercados de Salgueiro, a su suelta podrían hallarse por Pitôes das Junias, os Picos da Fontefría o serra do Quinxo, aunque menos por quemada, y por otras montañas de los lindes ourensanos con las lusas tierras de Tras os Montes do Alto Minho, o las de Barroso o las de Bouro.

Así fue como de degustación del bacallau por Castro Laboreiro, que lo es por castro y después castillo, y Laboreiro por la sierra donde se asienta, nos encontramos tres de diferente edad, aunque dos de menos; de condición, similar: de aficiones, varias. Dominio del granito hasta el éxtasis donde siempre a uno le quedan ganas de encaramarse en esas inmensas y romas masas pétreas. Fue que hallándonos rindiendo culto a la juntanza Pepe Ficheira, Mani Moretón y el que suscribe que más apetecería de cualquier campestre llantar que el de las mejores mesas, pero hay ocasiones en las que uno con gusto se pliega a los placeres de un bacalao al horno con su guarnición de cebolla frita y unas patatas deliciosas y olivas negras en cuyo remate si cierto que ellos con un buen vino del Douro, uno con alguna concesión al tal pero gaseado o rebajado, con atención a que no te llenen el vaso esos intemperantes amantes de la vida y del culto a Bac, entendido con moderación y solo cuando la ocasión lo requiera. Sucedía el digamos ágape en el restaurante Miracastro, que ahora de más vistas porque si antes contemplabas el imponente Castelo o castro y el valle del río Laboreiro a través de una ventana, ahora de un enorme ventanal de un gran comedor similar al de los pabellones deportivos, si no fuera por su tamaño. Atacamos al bacalao, que ninguno preferiría el de a broa o el de a Gomes de Chä, y si el asado al horno, que a fuer que abundante y sabroso, desechando los postres porque más posibilidades y variedad ofrecía una padería y pastelearía allí cercana donde a cafés también y como obligada visita a otro café, el de Armandina que por marido tiene a Armandino, un maridaje pocas veces visto por la coincidencia de nombres de no regular circulación, más que duradero parece. Mani requirió la presencia de Armandina a la que por años no veía cuando él de estancia de varios años por entrimeñas tierras mientras su cónyuge Rosa ejercía de rural enfermera. Fue una estancia, me dice, imborrable en la que los amigos se multiplicaron y las conexiones perdidas con otros, por alejados, se retomaron.

Mani nos comenta que hizo la ruta del gran actor italiano Mastroianni siguiendo el guión de su última película que le trajo, entre otros lugares, desde Arcos de Valdevez, a Melgaço y a Sistelo, el erróneamente llamado Pequeño Tibet cuando en ese país, a 5.000 metros de altura, imposibles los cultivos de arrozales en bancales... pero son esas licencias. Será por el exotismo al que se añade, además, el de un tal vizconde de Sistelo, título de concesión real por méritos en la emigración del siglo XIX al Nordeste brasileiro de un hijo del lugar que, para inmortalidad suya, se construyó un palacete en la villa, no sé si de abandono o restaurado ahora mismo. La ruta de Marcelo Mastroianni acabaría en Castro Laboreiro y me parece que no se ha explotado lo suficiente el paso de la celebridad cinematográfica.

El frescor primaveral, a pesar de la solaina, se percibía, y la ascendencia de Ficheira que dice tener raíces en Portugal, que deja en evidencia que las fronteras son una etérea línea que los mortales atraviesan con facilidad, no obstante las trampas gubernamentales que se acrecentaban cuando el contrabando era como el sostén de las precarias economías aldeanas, que, oh curiosidad, nunca padecieron las hambres de la posguerra como las ciudades.

Pepe “Ficheira”, de una y otra parte de la frontera, de una familia a la que se conoce por Os Mouchos, creo que no por rapaces o nocturnos, por ojeras o algo así, es tenido por el mayor contilleiro de la contorna, consumiría después sus ocios por los tabernáculos de a Terrachán; Mani Moretón, nunca se despegaría de su aparataje fotográfico, quien al paso me recordaba como ciertos políticos prometen, en un feito, y luego de la foto y el impacto público no sueltan un duro… pero quedaron bien y dejaron conformes a unos solicitantes de alguna sociedad cultural, benéfica o similar que pedían 5 y eran despachados con 20 ó 30, que como nunca verían, la cantidad irrelevante.

Mani y Ficheira, condiscípulos no sé de qué escuela o universidad donde el segundo a falta de dos asignaturas para licenciarse, prefirió quedarse en el limbo de ese Derecho sin rematar que vagar por los juzgados y si dispensarse esa libertad, que aunque sin descendientes a la vista, a los que solo dejaría, como el poeta clásico que cantó aquello de Ricos juzga a sus hijos pues les deja la libertad, las aves y la liga (para cazarlos). Ficheira nunca perderá su libertad ni visitará los umbrales de los poderosos y si cultivará las amistades, aunque en su pequeño peculio no dejará de sembrar para amigos; Mani los cultivará con su calmosa palabra o los captará cámara en ristre.

Y mientras, nos alejamos, echamos un vistazo al Castelo erigido sobre el castro por Don Dinís, ese rey cuasi mítico de Portugal, una especie de Alfonso X el Sabio, solo que aquel de tan enamoradizo que por esposa a una reina que santa fue, Isabel, la que dio nombre a un camino a Santiago donde ella se encomendó en peregrinaje, por una ruta llamada desde entonces da Rainha Santa.

Te puede interesar