dudalegre, último toro asesinado EN BARCELONA

Llegan las lágrimas, la rabia y el rechazo.
La tristeza y el enojo de los taurinos cobró forma porque en otra comunidad española, y ya van dos, no podrán volver a adquirir una entrada para ver una corrida de toros. Afortunadamente. ¡Respeto!, exigen. ¡Libertad!, reclaman. Invocan los más altos valores a los que puede aspirar el ser humano como baluartes para amparar el espectáculo al que no están dispuestos a renunciar. Pero resulta que semejante grandeza de miras y toda esa retórica citando derechos por supuesto inalienables, quedan reducidas a una cínica parafernalia cuando lo que en definitiva pretenden es perpetuar una costumbre cruel, sangrienta, violenta y despiadada.

Lo único innegable era el consabido sufrimiento de los toros, su pavorosa muerte y, pensadas para la ocasión, mutilaciones a mansalva. Y es que no son más que lo son: matarifes que antes de ejercer de verdugos se entretienen unos minutos con sus víctimas en la faceta de torturadores.

Una vez dado este paso en Catalunya hacia la erradicación del ensañamiento con seres vivos, nos queda bregar con los que han jurado luchar por devolver la sangre a la arena de La Monumental y las orejas y rabos a las manos de los matadores. Pero lo haremos con la tranquilidad de saber que entretanto no seguirán padeciendo animales en el ruedo. Hasta ahora cada día de batalla podía significar una jornada con nuevos muertos. A partir de este instante, el tiempo sumara distancia de Dudalegre, el último toro asesinado en el coso barcelonés.

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