ESPAÑA: UN EXTRAÑO PAÍS

El verano ha llegado revestido de banderas españolas por doquier. Es una manera de distraer la que se nos ha echado encima: una durísima depresión económica. Hay gente que intenta disimular la cruda realidad y se encomienda a 'la Roja', colgando banderas españolas en los balcones y ventanas de sus casas. Y en mi deambular callejero por la ciudad en la que vivo, situada en la periferia barcelonesa, descubría la curiosa imagen de una bandera española colocada al lado de la sede local de la muy independentista ERC; sin duda, un claro ejemplo de convivencia pacífica de este extraño país.
En vísperas del fraternal enfrentamiento ibérico entre España y Portugal, se multiplicaban las banderas constitucionales y observaba que la unanimidad era absoluta. Pero cuando se trata de una movida ciudadana convocada por sindicatos y partidos de izquierdas, entonces las banderas que enarbola el personal acostumbran a ser las tricolores republicanas.

Conviene remarcar, no obstante, que el efecto terapéutico del fútbol es sorprendente. Recuerdo que, al día siguiente de la gran eclosión de símbolos catalanistas por el centro de Barcelona de hace un par de años, miles y miles de personas, que viven y trabajan en Cataluña, salieron del armario y enarbolaron banderas españolas para celebrar el triunfo de España ante Holanda, en la final del mundial de Sudáfrica 2010. Y coincidió que, ese mismo día, un vecino mío, con trombón en ristre, entonó alternativamente, desde el balcón de su casa, 'Els Segadors' y el himno de España.

Repito, un país verdaderamente extraño, que aún no ha tenido tiempo de ponerle letra a su himno (¿es el único cántico nacional iletrado del mundo?) y que tampoco ha sido capaz de consolidar sus banderas. Lo dicho, un país todavía en proceso de construcción.

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