el miedo de los que van a morir

Cuando he leído que el Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino acaba de aprobar el Programa de Mejora del Toro de Lidia, me he preguntado si los españoles del Siglo XXI tenemos autoridad para calificar de bruto y de violento al Pueblo Romano que, hace dos mil años, consentía espectáculos como las luchas de hombres.
Julio César, Augusto, Calígula, Claudio y otros emperadores dedicaron numerosos recursos a tales exhibiciones sangrientas abriendo escuelas y levantando anfiteatros en los que los luchadores, obligados a combatir, deleitaban a un público que veía en aquello la expresión de un noble arte (¿no les resulta familiar esa denominación?). Dos milenios después, nuestros civilizados mandatarios también destinan abundantes sestercios a circos similares.

El citado programa indica que pretende desarrollar en el toro de lidia los siguientes caracteres: bravura, fuerza, movilidad y fijeza. Esto es, desean que un animal que es conminado a entrar en una plaza en la que, sin posibilidad de huida, tendrá que padecer implacables tormentos durante veinte minutos. Qué sencillo es decidir lo que se espera de un prisionero martirizado cuando se sabe que el que muere siempre es otro. El miedo y el sufrimiento de los que iban a morir era tan real y desgarrador en el Coliseo de Roma como lo es ahora en la Plaza de las Ventas. Y algún día también se contará la siniestra historia del coso madrileño en las guías turísticas. En 2011, mientras torturamos a seres vivos, les decimos a los niños que la lucha a muerte como espectáculo sólo existe en libros y en películas de romanos. Además de sádicos, embusteros.

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