noche de pesadilla

El invierno se ha presentado este inquietante año del 'tricentenario' catalán, revestido de sus más temidos atributos de frío polar, y si no que se lo pregunten a los ciudadanos, por ejemplo, de Chicago o Nueva York y supongo que también a los que habitan, allá, por las durísimas estepas siberianas. Pero no hace falta viajar tan lejos para sentir en tus huesos los rigores del despiadado frío invernal. Lo más sorprendente de lo que sigue a continuación es que el gélido lugar que me ha inspirado estas líneas no está demasiado lejos de la ciudad en la que vivo.
Sucedió que un día de estos, un servidor se encontraba bastante pachucho y tuve la necesidad de llamar al médico. Para curarse en salud -nunca mejor dicho-, el galeno optó por llamar a una ambulancia y, a media noche, me aparcaron, en compañía de mi señora esposa, en la sala de espera de un monstruoso centro sanitario que tenemos al lado (Hospital de Bellvitge). Total, más de nueve horas de insoportable espera para descartar que lo mío, por suerte, no era una neumonía. Y mientras las agujas del reloj se hacían eternas, el frío se iba apoderando de todos los pacientes y familiares de la lúgubre estancia hospitalaria, porque allá no había calefacción.

Sin embargo, apenas nadie protestaba, soportando un frío casi siberiano en pleno siglo XXI, y en la Catalunya que un día 'tornarà a ser rica i plena' (tal como reza la letra de su himno). Realmente, pensaba que, a excepción de algunos de Burgos, nos tienen a todos domesticados como mansos corderitos. Claro que por allí no vimos pasar a ningún jefe o jefazo para plantarle la caña; ya saben, tipos como Artur Mas, Rajoy, Angela Merkel. Y mientras tanto, los esforzados profesionales de la residencia sanitaria, todos muy amables, reflejaban en sus caras la dureza de la guardia nocturna, al tiempo que no ocultaban su frustración de tener que hacer frente a su trabajo precario; sobre todo, después de las escisiones de bisturí que realizó la Generalitat. Una noche de auténtica pesadilla.

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