Guardiola y Dani Alves, objetivos de la grada

La tensión y el calor invaden el Bernabéu

La tarjeta roja a Pepe marcó el desarrollo del partido. agencia: EFE
El calor y el 'fuego' invadieron el Bernabéu, mediatizado por la agitación previa, por la escasa compostura de los representantes de Madrid y Barcelona, que pretendieron propagar la tensión más allá del terreno de juego.
El tercer tú a tú entre blancos y azulgranas tenía una aderezo extra por las declaraciones de los técnicos. Habitual el talante de Mourinho, pero inédito el de Guardiola, que salió respondón a la rueda de prensa previa al choque.
Pese a los temores, las horas previas al choque fueron sosegadas. Las arterias próximas al estadio carecieron de hechos destacables y los aficionados, de forma aislada, transitaban con cierta normalidad independientemente del color de su camiseta.

El duelo fue verbal entre los asientos. El gasto de energías se centró en responder al aliento del seguidor rival y en jalear los arrebatos de cada equipo. Más constante el aficionado culé, el público blanco dosificaba su aliento.

El estadio se vistió con la indumentaria tradicional de las grandes ocasiones. Blanco por todas partes. Propósito facilitado por el club, que atavió cada asiento con banderitas blancas.

Las gargantas locales echaron el resto para abuchear al preparador visitante. El nombre de Pep fue abroncado con fuerza por los 70.000 madridistas. Fue una postura solidaria con el entrenador propio.

A seis minutos del descanso, el 'fuego' surgió en el campo. Pedro cayó en un choque con Arbeloa. Los técnicos se cruzaron reproches, los banquillos se agitaron. La grada estalló.

La mecha permaneció encendida hasta el intermedio. Un tumulto entre los componentes de ambos banquillos echó más leña a la situación, Pinto fue expulsado.

Pero el detonante definitivo llegó pasada la hora de juego. La acción de Pepe con Alves, que acabó con la expulsión del primero, extremó las posturas de la grada. Tampoco ayudó Mourinho, que avivó la situación con su 'show' particular.
Alves fue el centro de las iras del público, que cambiaron los cánticos y ánimos en insultos y airadas reprimendas a su adversario. No hubo tregua después. Cada acción tenía un plus extra de carga emocional. En el campo y en la grada. Sólo los goles apagaron el bullicio y el calor.

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