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En busca del modelo perdido

Merlion statue, landmark of Singapore
photo_camera Edificios emblemáticos en Singapur.

El desarrollo económico de Singapur ha ido acompañado de un fuerte control de las libertades

 

Para simplificar la realidad siempre se buscan modelos, generalmente abstractos e idealizados. En economía los modelos nos permiten sintetizar pautas para entender la realidad y encontrar referencias extrapolables a nuestro entorno, aunque en la mayoría de los casos, los patrones de éxito son coyunturales y  válidos para un tiempo y un contexto determinado.   
Uno de esos modelos que ha vuelto a la actualidad ha sido el de Singapur. Hace aproximadamente un mes fallecía Lee Kuan Yew,  una de las figuras más influyentes del sudeste asiático. Reconocido como padre fundador de la patria, gobernó Singapur con mano de hierro durante décadas desde  la independencia del país al inicio de los años 60 hasta su retirada en el año 1990. En ese espacio de tiempo se configuró el grupo de los denominados cuatro tigres asiáticos –el cual lo completaban, además de Singapur, Hong-kong , Corea del Sur y Taiwan- .

Esta denominación respondía a las altas tasas de crecimiento e industrialización alcanzadas en la segunda mitad del siglo XX, siendo Singapur, hoy en día, uno de los países con mayor renta per cápita. En la práctica, Lee Kuan Yew siguió influyendo en el poder hasta su muerte, ostentando cargos como Ministro Senior o Ministro Mentor, creados específicamente para él. Su hijo Lee Hsien Loong es quien dirige actualmente el país.  


Singapur es una ciudad-estado ubicada en un pequeño archipiélago entre Indonesia y Malasia, que cuenta con tan sólo 5,3 millones de habitantes. Es el país más pequeño de Asia, sin embargo, cuenta con uno de los  puertos marítimos con mayor volumen de carga anual del mundo, tanto en tonelaje como en número de contenedores, dando idea de su posición relevante como nudo de comunicaciones en la región. Asimismo, el país es un importante centro financiero internacional y es referencia del denominado turismo sanitario y de la industria del juego.


El desarrollo económico ha ido acompañado de un fuerte control de la vida pública por parte del gobierno. El modelo de Singapur transformó este antiguo puesto colonial británico en una ciudad obsesiva con el orden y la limpieza, con una planificación urbana meticulosa, bajos impuestos, políticas liberales en lo económico e importación de talento extranjero como rasgos distintivos, en paralelo a la implantación de un  gobierno de rasgos autoritarios.

La pérdida de las libertades personales y la intrusión del gobierno a cambio de orden y prosperidad fue una solución de compromiso ampliamente aceptada por una generación que vio subir el nivel de vida de su país muy por encima de la de países vecinos como Indonesia, Malasia o Tailandia, cuyas altas tasas de pobreza y corrupción situaba esta zona sur de Asia en unos estándares de claro subdesarrollo.


Este modelo económico y social de Singapur vuelve a la actualidad no sólo por la muerte de su líder, sino por la atención que algunos países dirigen a este sistema como patrón de su futuro.
China, por ejemplo, siempre ha visto en Singapur un ejemplo a analizar desde que en 1978 se abrió a la economía de mercado, debido a su posición como modelo cercano de población de etnia mayoritariamente china, que había logrado compaginar un sistema abierto en lo económico con un partido hegemónico durante décadas, aunque, para ser justos, Singapur tiene un sistema electoral ordinario y no se adapta al concepto de partido único. 

Para los funcionarios chinos, Singapur ha ofrecido un modelo especialmente atractivo porque se sustenta en una mezcla de preceptos confucianos y otras tradiciones que forman un conjunto único de valores asiáticos y nacionalistas, los cuales, según manifestó el ahora fallecido presidente Lee Kuan Yew, han sido resistentes a la decadencia y desorden que el presidente denunció repetidamente en las sociedades occidentales avanzadas.


A pesar de las diferencias ideológicas, siempre ha existido una gran complicidad entre los gobiernos de China y Singapur. Así, ahora que las tasas de crecimiento de China se ralentizan, el país ha vuelto de nuevo la vista hacia aquellos aspectos intangibles del país asiático que le pueden resultar útiles para mantener el status quo y evitar la inestabilidad interna.
En Asía son muchos los países que han apostado por esta línea que conjuga reglas liberales de mercado -sobre todo en lo que se refiere en su participación en el comercio internacional-  y  un sistema con gobiernos que se perpetúan en los márgenes difusos de las garantías democráticas, pero la tendencia se extiende desde hace años a otros continentes.


Un caso representativo, por ejemplo, es el de Ruanda, cuyo presidente, Paul Kagame, se considera un discípulo de Lee Kuan Yew,  tanto que recientemente ha vuelto a referirse a su país como “la Singapur de África”. El gobierno de Ruanda ha hecho suyos muchos de los principios con los que Lee convirtió a su pequeño país en una potencia asiática, desde la apuesta por la tecnología, la planificación urbana o el modelo de policía.
Veinte años después de haber vivido un genocidio de consecuencias devastadoras (un millón de muertos en cien días), este pequeño país de África de tan sólo 12 millones de habitantes, se ha convertido en uno de los casos de éxito más espectaculares del continente. A primera vista, parece haber muchas razones para el optimismo. El PIB de Ruanda creció entre 2001 y el 2014 al 9% anual, siendo  uno de los países que más ha invertido en desarrollo social con relación a su nivel económico, Sólo entre 2007 y 2012, el país redujo la tasa de pobreza en un 15%. Mención especial merece la sanidad.

El sistema sanitario local ha logrado un progreso único. El 98% de los ruandeses tiene sanidad pública y el sida y la malaria han caído un 80% en los últimos 10 años, al tiempo que la mortalidad infantil se redujo un 60%". Lo sorprendente es que el país no tenía nada que justificara esta trayectoria, pues carece de crudo y materias primas, y la lucha tribal de hutus y tutsis, que acabo en el genocidio  de 1994, lo había dejado completamente destruido.

En un tiempo record se ha convertido, además, en un centro financiero y tecnológico de referencia en el continente. Aún más notable resulta, para aquellos que conocieron su capital hace apenas una década, la seguridad de sus calles, el tráfico ordenado, la ausencia de basuras y hasta la prohibición de bolsas de plástico. Ruanda ha logrado hacer todo esto casi sin medios. Hasta 1998, el país estaba viviendo de la ayuda internacional. Entonces sólo producía un 30% del presupuesto y el resto venía de las donaciones internacionales. Esta cifra se ha invertido. Ahora la ayuda cubre solo el 38%. Una de las claves de la mejora reside en la estabilidad y el ambiente propicio al desarrollo.

Este podría ser un ejemplo esperanzador para otros países pobres, pero las excepcionales circunstancias vividas tras el genocidio, aparte de otros factores socioeconómicos no auguran un contagio del modelo.
El presidente Kagame, cuyo poder proviene de un golpe de Estado en el 2000, ganó las dos elecciones presidenciales de 2003 y 2010. Se mantiene en el poder desde hace 15 años con un apoyo aplastante, más del 95% del voto. En teoría no hay posibilidad legal de que  Kagame pueda optar a un tercer mandato, pero de una forma u otra se especula con que  buscará la forma de seguir en el poder. El temor a lo que pueda venir después está generando un debate sobre si debería modificarse el texto constitucional pese a su pasado como líder del Ejército Patriótico de Ruanda (EPR) o sus métodos represivos de gobierno. Estados Unidos y China parecen creer que Kagame es el único que puede garantizar la estabilidad y las políticas de apertura económica y le han dado su apoyo. En este caso también, el éxito económico ha solapado las dudas sobre la calidad democrática.


En todo caso, aún tomando en cuenta el éxito en el ámbito económico de ejemplos como el de Ruanda, muchos países ven en Singapur un modelo para sortear el juego democrático y perpetuarse en el poder. Singapur es un modelo cuya trayectoria seguramente es difícilmente trasladable al contexto histórico de nuestros días y a economías de cierto tamaño, aparte de estar muy vinculado a una figura concreta en un tiempo que medía el liderazgo de otra forma. De hecho, las nuevas generaciones de Singapur ya piden un mayor nivel de participación en la vida pública, al tiempo que el hijo del recientemente fallecido Lee Kuan Yew, que ahora ocupa el cargo de primer ministro, ha perdido gran parte del respaldo social que tenía el padre.


Más allá de las circunstancias concretas que habría que analizar para descifrar las claves del desarrollo de Singapur, una de las características distintivas de su gobierno fue y sigue siendo la baja tolerancia con la corrupción, factor que seguramente le costará mucho asumir a otras economías y quizás uno de los pocos factores de éxito extrapolables de forma directa a muchos espacios económicos.


El fracaso de las revoluciones árabes en el arco mediterráneo, el blindaje de las dinastías del golfo pérsico o la tentación de muchos gobiernos de los países emergentes de ampliar mandatos y acumular parcelas de poder apoyados, tanto en los ingresos de las materias primas como en el repunte económico de las dos últimas décadas, han propiciado una vuelta al viejo debate de la dicotomía entre orden y progreso. A medio plazo las consecuencias pueden ser contraproducentes y muy negativas para estas economías, una vez que las bases del crecimiento se debiliten, pudiendo entrar, paradójicamente,  en una espiral  de desorden y represión que nada tendrán que ver ya con el modelo de Singapur, dejando al desnudo la diferencia entre crecimiento y desarrollo.


También es cierto que Occidente ha perdido peso en los últimos años, no sólo en lo económico,  sino también y sobre todo, en su papel de difusor de los valores democráticos como piedra angular del desarrollo económico y social. El mundo se ha vuelto más escéptico y la crisis económica, que quizás también ha dejado al descubierto una crisis de valores, ha desdibujado el tradicional papel internacional de Estados Unidos y de Europa en el tablero geopolítico, sobre todo en el resbaladizo terreno de lo moral. Esto ha provocado que suba la aceptación de sistemas que contraponen el pragmatismo económico a determinados derechos y libertades, mostrando, en muchos casos, el éxito de las cifras de crecimiento como consecuencia del “orden” frente al caos.


Sería interesante analizar el papel de Europa en este sentido, uno de los referentes de la prosperidad y garante de las libertades, cuyo protagonismo ha perdido fuerza, habilidad y credibilidad tanto fuera como dentro de sus fronteras. La calidad de su respuesta a los desafíos de la primavera árabe, a las relaciones con Rusia o al resurgimiento de tendencias de corte populista y ultranacionalista en su seno, demuestran la pérdida galopante del atractivo de su antaño prestigioso modelo y su escasa capacidad para reinventarse y generar ilusión como proyecto global de referencia, tanto en lo económico como en lo social.  Analizar este tema sería fundamental pero a la vez complejo.


En todo caso, más allá del economicismo y el teórico orden productivista, no cabe duda de que los factores emocionales ligados a las libertades individuales y al modo de vida del ideal de una sociedad democrática avanzada son, en última instancia, generadores fundamentales de desarrollo y prosperidad. En el último informe de la consultora Mercer, que evalúa a las principales ciudades del mundo bajo el título "Calidad de Vida Internacional", la ciudad canadiense de Vancouver siempre ocupa un lugar muy destacado entre las ciudades del mundo con mayor calidad de vida.

En ella las calles lucen tan limpias como en Singapur y el atractivo como enclave económico es envidiable, sin necesidad de un estricto orden social que castigue duramente los grafitis o arrojar un chicle al suelo, siendo un lugar donde los ciudadanos votan por encuesta si quieren ampliar el transporte público o variar las políticas locales. Muchos ciudadanos chinos se han lanzado en los últimos años a comprar inmuebles para residir en dicha ciudad.

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