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Lecciones de la crisis financiera y retos de futuro

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photo_camera Evolución del Sector Bancario Español.

La crisis bancaria internacional, desencadenada en su origen por el colapso del mercado hipotecario norteamericano a raíz de las “hipotecas subprime”

La situación actual de la banca española contrasta sobremanera con la vivida en los períodos 2007-2010 y 2010-2013, donde la doble recesión experimentada por la economía mundial y los efectos derivados de la crisis financiera en España como consecuencia del pinchazo de la burbuja inmobiliaria y del acusado cambio de ciclo, con sus devastadores efectos sobre el crecimiento y la destrucción de empleo, impactaron fuertemente en los balances y en las cuentas de resultados del sector bancario español que no solo ralentizaron sobremanera los ritmos de crecimiento de sus principales magnitudes, sino que incluso, por primera vez en décadas, vieron como muchas de ellas experimentaron inusitados y significativos descensos que solo cambiaron de signo en el año 2014.

La crisis bancaria internacional, desencadenada en su origen por el colapso del mercado hipotecario norteamericano a raíz de las “hipotecas subprime”, afectó en primera instancia en la confianza de los inversores, y en la que mutuamente existía entre las propias entidades bancarias, derivando en un cierre de los mercados interbancarios que puso en el punto de mira de la gestión, por primera vez en muchos años, a una variable que, por su abundancia, había pasado prácticamente inadvertida en las preocupaciones de los administradores de los bancos, pero que es la clave de su supervivencia a corto plazo. Dicha variable es la liquidez.

Utilizando una metáfora del mundo de la medicina, la ausencia de liquidez o incluso su escasez, podría asimilarse a un infarto de miocardio en los bancos que la padezcan, en tanto que los problemas de capital podrían considerarse un problema crónico que, con los adecuados cuidados y los tratamientos médicos existentes puede, a la larga, tener o no una cura efectiva pero, en la mayoría de los casos presenta unos relativamente largos períodos de supervivencia con una calidad de vida que, aunque deteriorada, puede resultar aceptable (aunque cada caso e s un mundo), subyaciendo siempre la esperanza de que los avances médicos logren en algún momento descubrir el fármaco milagroso que permita la curación total del paciente.

A partir de los datos del Cuadro 1, podemos comprobar que entre los años 2007 y 2010, el sector bancario español (considerando solo los Bancos pertenecientes a la EBA), la inversión crediticia continuó creciendo si bien a un ritmo decreciente, no obstante lo cual se incrementó en un 19% en el período, en tanto que los depósitos también continuaron aumentando, consiguiendo repuntar un 47%, sin duda impulsados por las campañas de captación basadas en tipos de interés agresivos. En este periodo, las entidades bancarias todavía disfrutaban de una envidiable situación de liquidez y de solvencia en relación a unos homólogos europeos y norteamericanos que ya estaban instalados en el punto álgido de la crisis, sin embargo, empezaron a pertrecharse de recursos para afrontar los escenarios adversos que podían ocurrir y que finalmente irrumpieron en la realidad del sector bancario español con una fuerza y una rapidez que por aquel entonces nadie, incluyendo a las máximas autoridades económicas y supervisoras españolas, que contaban con afamados servicios de estudios, fue capaz de prever.

De los datos del Cuadro 1, podemos observar como todavía en el año 2010, el ratio de financiación de los créditos por los depósitos de clientes se situaba en la nada despreciable cota del 80%, superando en 15 puntos porcentuales a la existente en el año 2007 donde aún persistían en España los benignos efectos de una bonanza económica que pronto se derrumbaría de forma abrupta.
A este respecto, también puede comprobarse como la tasa de mora más que se duplicó en el año 2008 respecto al 2007, si bien continuó manteniéndose en un nivel relativamente bajo de tan solo el 2,4% que, sin embargo ya ascendió a una más preocupante tasa del 4,11% en 2009 y continuó elevándose hasta el 7,3% en el año 2010, obligando a los bancos a realizar un gran esfuerzo en saneamientos que se multiplicaron más de 2,5 veces en el período 2007-2010, mientras que la tasa de cobertura descendió desde el 190% hasta el 65%.

Consecuentemente, los beneficios del sector se resintieron, pasando el resultado consolidado del ejercicio de los 18.889 millones de euros registrados para el conjunto del sector en el año 2007 a tan solo 15.650 millones de euros en 2010, con un descenso porcentual del 2,7%. A esto tampoco fue ajeno el hecho de que los costes de explotación continuaron aumentado de forma notable en el período, acumulando un incremento superior al 28%.

Todo ello determinó a su vez una caída del ROE superior al 50% en el período, de forma que el año 2010 fue el último de la serie analizada en el que el mismo se mantuvo en el nivel de los dos dígitos, aunque las medidas emprendidas por el sector para recapitalizarse mantuvieron tanto su core capital como su ratio BIS en unos niveles significativamente superiores a los mínimos legalmente exigidos por las autoridades supervisoras, llegando incluso a situarse en tasas superiores en el año 2010 a las registradas en el año 2007.

Sin embargo y pesar de los datos anteriormente comentados, lo que terminó de agudizar la crisis financiera en España fue el hecho de que lejos de recuperarse, como preveían la práctica totalidad de los expertos y servicios de estudios del país, tras un tímido repunte, la economía mundial cayó en una segunda recesión que arrastró a todos los países más avanzados, afectando de forma más aguda a los sistemas financieros de aquellos países que habían tardado más en implementar las medidas tendentes a paliar o atemperar las consecuencias de la crisis, así como a los más expuestos a modelos de crecimiento que se habían sustentados en sectores tan afectados por el devenir del ciclo económico como el sector inmobiliario y de la construcción en general, como era el caso español.

La consecuencias no tardaron en hacerse visibles, ralentizando los ritmos de crecimiento de la actividad bancaria, sobre todo por el lado de la inversión crediticia que sufrió los efectos del generalizado desapalancamiento realizado tanto por los bancos para mejorar su liquidez y aliviar su consumo de capital, como por las economías domésticas y las empresas incapaces, en muchos casos, de repagar los préstamos que habían conseguido en condiciones muy ventajosas en la primera década del nuevo siglo, añadiendo un sobreesfuerzo de dotaciones del sector bancario español, que alcanzaron su mayor nivel absoluto en el año 2012 en el que se incrementaron más de un 70% respecto a la ya notable cifra provisionada en el ejercicio anterior.

Mientras tanto, la morosidad escaló hasta cotas superiores al 8% en los balances consolidados bancarios (que llegaron a situarse por encima del 14% en los balance individuales), con unas tasas de cobertura inferiores al 60%, y unos resultados consolidados del ejercicio que fueron negativos en el año 2012 y continuaron siéndolo, de forma todavía más notable, en el año 2013, en un entorno de deterioro tanto del ROE, que se mantuvo en desconocidos porcentajes inferiores al 6% y del core capital, en medio de un marco regulatorio mucho más exigente a nivel tanto español como internacional.

Y esta situación no ha empezado a superarse hasta el ejercicio 2014, recién cerrado, determinando la existencia de un nuevo entorno, en el que algunos de los principales desafíos que deberán de encarar las entidades bancarias serán, en una relación que no pretende ser  exhaustiva, las siguientes:

a) La necesidad de evolucionar el modelo de negocio de banca comercial pura sustentado en la tradicional captación de recursos y financiación de actividades de particulares y empresas, con una reducida y controlada aportación de los dividendos y el resultado de las operaciones financieras al margen de intermediación, en un contexto de “negocio aburrido” en el que exigirá una mayor aportación de fondos propios de los demandantes de crédito a los proyectos para los que soliciten financiación que deberán mantener un contenido nivel de apalancamiento bancario y unas relativamente elevadas garantías que reduzcan los riesgos para las entidades prestatarias.
Aunque hay que tener en cuenta que la previsible positiva evolución del entorno económico va a favorecer el proceso de expansión del crédito a familias y empresas en unas condiciones de precios a corto y medio plazo muy asequibles que además, gracias a la amplia liquidez y a los elevados ratios de capital que hoy en día tienen los bancos españoles, va a poder ser perfectamente atendida por éstos, sin los condicionantes del “credit crunch” existentes durante la crisis.
Adicionalmente, la “invisible mano del mercado de Adam Smith” también va a jugar a favor de este proceso de controlado crecimiento del crédito, por cuanto va a resultar crucial para la generación recurrente de ingresos que aporten una rentabilidad adecuada a las cuentas de resultados de las entidades, que no van a poder beneficiarse, como en los dos años precedentes, de las abundantes oportunidades de colocar la baratísima financiación conseguida a través de las líneas de liquidez instrumentadas por el Banco Central Europeo en títulos de deuda pública que en países como España ofrecían una rentabilidad muy elevada sin consumo de capital. Y esa mayor búsqueda de la rentabilidad perdida solo puede venir de forma importante de la tradicional financiación de los proyectos demandados por la economía real.

b) En otro orden de cosas, el progresivo desarrollo de otras posibilidades de acceso directo a los mercados para las empresas a través de emisiones de valores propios, fomentará la desintermediación financiera que, no obstante, continuará realizándose en gran medida utilizando operadores bancarios que verán incrementados los beneficios asociados a las comisiones derivadas de esas tareas de desintermediación que no llevarán aparejadas ni crecimientos del balance, ni incremento de los riesgos, ni tampoco consumo de capital.
Y ello, llevará aparejado que los bancos tengan ante sí el importante reto de mejorar la educación financiera de sus clientes al objeto de estar en condiciones de ofrecerles productos que, aún siendo sencillos, les permitan asumir una mayor cuota de productos con una mayor dosis de rentabilidad asociada al riesgo que la que se deriva del tradicional ahorro a plazo que, dada la plausiblemente persistente coyuntura de bajos tipos de interés, están perdiendo su tradicional atractivo como producto seguro con una aceptable rentabilidad.

c) La internacionalización para diversificar tanto los riesgos territoriales y sectoriales inherentes a la actividad bancaria, como para mejorar la rentabilidad, es otro de los retos que tienen planteados ante sí los bancos españoles, aunque ello exigirá un tamaño mínimo que, en la actualidad solo tienen tres entidades – Santander, BBVA y Caixabank -, pero que también pueden conseguir en el futuro otras entidades si, una vez totalmente completados los procesos de saneamiento de los balances que aún perduran, acometen procesos de concentración con el objetivo de generar economías de escala y de alcance que les permitan mejorar su eficiencia y reducir costes, aumentando la productividad de sus recursos.

d) El continuado proceso de estrechamiento de los márgenes del negocio bancario y las limitaciones a la remuneración de los depósitos aconsejadas por las autoridades supervisoras van a realzar la relevancia de la adecuada gestión del “efecto precio” que junto al “efecto estructura” derivado de la metamorfosis del negocio bancario y su tendencial homogeneización con el existente en el resto de los países de nuestro entorno, tomarán el relevo del “efecto volumen” en la conformación de los epígrafes más relevantes de la cuenta de resultados de los bancos, aunque la recuperación de la importancia de este será un acicate para una nueva oleada de concentraciones que aunque no se vislumbran a corto plazo, pueden resultar más factibles en el medio y largo plazo sobre todo si la situación económica se instala en unas tasas de crecimiento moderadas que dificultarán la competitividad de aquellas entidades que no logren un umbral mínimo de tamaño y/o no sean capaces de sostener las estrategias de desarrollo de su negocio en “nichos geográficos limitados” en base a unos factores de diferenciación que son muy difíciles de mantener en un sector que no está protegido por las patentes que actúan como barreras de entrada en otros sectores de la actividad.

e) Aunque como hemos dicho, no es previsible que a corto plazo se produzcan nuevos fenómenos de concentraciones bancarias, a medio y largo plazo, la presión sobre los beneficios ejercida por unos accionistas que pueden movilizar sus recursos hacia otros destinos que le proporcionen una mayor rentabilidad, las pautas de reparto de dividendos aconsejadas por el Mecanismo Único de Supervisión Bancaria Europeo (condicionada al cumplimiento de los requerimientos de capital previstos para el año 2020), los reducidos niveles en los que continuará instalado el ROE, y la necesidad de cerrar la brecha existente entre este último y el coste de capital de las entidades, son otros tantos factores que tarde o temprano animarán las fusiones y adquisiciones en el sector, en un contexto en el que las reducciones de costes tienen un límite impuesto por el propio tamaño de las entidades y en el que los menores saneamientos también alcanzarán una frontera que no les permitirá continuar aportando beneficios a las cuentas de resultados bancarios, sin que resulte del todo descartable de que en este proceso puedan también participar, en algún momento, otras entidades bancarias europeas a medida que se avance en la creación de un auténtico espacio europeo único, al que sin duda contribuirá la arquitectura supervisora transnacional que se ha empezado a crear desde el año 2013.

f) Adicionalmente, la proliferación de nuevos actores en diferentes parcelas del negocio que al no ser entidades bancarias no están sujetas a la regulación que sí afecta a estas, puede ocasionar significativas distorsiones en la competencia, afectando tanto a la cuota de negocio, como a la cuenta de resultados.

g) A lo que habría que sumar el hecho de que la progresiva y necesaria “digitalización de los servicios bancarios”, va a traer una auténtica revolución en la manera que las entidades financieras tienen de interactuar con sus clientes. Este fenómeno se producirá a un ritmo exponencial como consecuencia de la “bancarización” de los jóvenes que, con una importante educación digital alentada por la utilización que desde su adolescencia han hecho de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, puede devenir en una auténtica implosión de los modos y maneras tradicionales de hacer banca, provocando un complicado período de transición entre el “brick” y el “click”, agudizado por la competencias de las plataformas de comercio digital que ni están sujetas a las regulaciones que sí afectan a los bancos, ni tienen unos constes hundidos en plataformas tecnológicas y redes de oficinas adecuadas a la forma tradicional de encarar las relaciones con los clientes, pero que pueden resultar obsoletas para los nuevos tiempos que se avecinan, obligando a un esfuerzo inversor en nuevos desarrollos tecnológicos y en la formación de empleados, que significan mayores costes para unas cuentas de resultados lastradas por el estrechamiento de márgenes.

Todo lo cual nos lleva a esperar un futuro próximo en el sector bancario que plausiblemente hará bueno el tradicional dicho chino, según el cual es una maldición que a alguien – en este caso a los bancos y a sus empleados, administradores y directivos - le toque vivir tiempos interesantes, máxime después de los históricamente retrospectivos interesantes momentos que ya les ha correspondido vivir en épocas recientes y que persisten nítidamente en el imborrable disco duro de su memoria.

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