Adiós a la Mercería Virginia

Virginia Moreira Martinez cerró en este 2022 la mercería que regentaba en la calle Progreso de Ribadavia desde hacía 47 años. Se trataba de uno de los negocios más antiguos y emblemáticos de la villa, ya que su apertura se remonta al final de la guerra civil española por iniciativa de Manola Rosendo, contando con su marido, José Carrera, y un carpintero de gran prestigio local, Paco Pimpirín que se hicieron cargo de la decoración interior del comercio. Alba García, hija de Virginia Moreira, relata como “una intrépida comerciante de Ribadavia, decidió coger un tren, recorrer el frente del Ebro y comprar restos de las fábricas bombardeadas en Barcelona al estilo del fundador del Banco Simeón. Se propuso comenzar su propio negocio en Ribadavia y llenar con sus novedades una villa de una España gris. Al no existir televisión (recordemos que RTVE comienza a emitir en 1956), los escaparates de su tienda se convirtieron en las pantallas del Netflix de la época”. Así empezaba su andadura Mercería Manola con un singular decorado interior a base de balcones de madera, rescatados del Café Cantante, y amplios ventanales, y que se conservó intacto hasta que cerró y los actuales propietarios lo vaciaron para reformar. Así lo explicaba Virginia Moreira, que entraba como empleada con 18 años (1978) para hacerse cargo cuatro años después del negocio. “En tiempos de Manola, estamos hablando de los años 40, después de ir en 1939 a Barcelona a buscar el género, su marido y el carpintero rescataron los balcones del Café Cantante y compraron los cristales biselados en la cristalería La Favorita de Ourense”, apunta Virginia Moreira. Pronto se convirtió en uno de los comercios referente de O Ribeiro. Allí se vendían desde hilos, lanas, ropa interior, calcetines, bañadores, sombreros, botones, trajes de comunión, pequeñas pieles, bisutería, pijamas y hasta mantones de Manila para paisanos que venían del otro lado del charco, también ajuares para novias, según afirman Virginia y su hija Alba. Los emigrantes contribuyeron en gran medida a que el negocio prosperase, ya que tenía clientes de México y Venezuela, principalmente, enviando sus artículos encargados desde esos países por emigrantes de Avión y Beariz. Años después “yo hacía lo mismo, pero mis clientes residían sobre todo en Alemania, Suiza y Francia, a donde enviaba lo que pedían por correo”. La mercería, en el bajo de la primera casa de la derecha. La mercería siempre estuvo al día en cuanto a la moda se refiere, de ello se encargaron ambas propietarias. “Lo más moderno se vendía aquí y cuando llegaron los bañadores cortos de caballero enseguida se agotaron. Un joven pidió a Manola uno de esos bañadores y ella le indicó a una empleada que bajara los que acababan de llegar, pero lo que realmente se llevó el cliente fueron unas bragas, y se marchó tan contento”, contaba Virginia, entre risas, recordando la anécdota. Asegura, además, que “Manola vendía y yo despachaba. ¿Cuál es la diferencia?, que ella si no tenía un artículo te ofrecía otros distintos hasta que el cliente acababa comprando algo que no había ido a buscar. Si no hay hilo verde acababa vendiendo blanco o azul”. La tienda tenía mucha vida, porque Manola “daba consejos y escuchaba las vicisitudes de la vida de sus clientas. Las acompañaba a través de sus ventas en los momentos más importantes de su vida: nacimiento, matrimonio, fiestas y muerte”, puntualiza Alba. Lo más difícil, reconoce Virginia que era “saber comprar los artículos, y Manola me lo enseñó muy bien”. En aquella época había seis mercerías en Ribadavia y ahora, tras el cierre de Mercería Virgina, que en los últimos años recibía muchas visitas de turistas por el simple placer de ver un local singular, solamente queda una, Las antigüedades que se conservaron han sido donadas al Museo Etnolóxico de Ribadavia: carteles, muñecas de cartón piedra expositores de la mercería, un maniquí de los años 50 y diversa documentación. “Me ha quedado una máquina de forrar botones, que funciona de maravilla, si no encuentro comprador también la entregaré al museo”, explica. También en el bar de al lado, O Morto, se pueden ver algunos de esos objetos. “Pasé mi niñez y juventud con mi madre sentada detrás de esa mesa camilla. Estudié, leí, vendí, aprendí,escuché muchas vidas de personas y vi recibir de vuelta de la emigración a clientas que compraron sus artículos a Manola”, señala Alba.